Desde el momento que nos enteramos que estamos embarazadas entramos en una rueda de cuidados médicos puestos en marcha para cuidar de nosotras y nuestros bebés. Se nos monitorea la tensión, los niveles de glucosa,…
El organismo puede responder de forma defensiva ante situaciones que percibe como amenazas a cualquier edad. Así que sí: los bebés y niños pequeños pueden tener estrés y ansiedad. Según la edad encontraremos unos síntomas u otros, pero es importante detectar el estrés infantil y en encontrar las herramientas para regularlo.
Vamos a ver las principales causas de la ansiedad infantil en las diferentes etapas de la infancia, cómo identificarla y qué podemos hacer para tratarla.
Cómo saber si un niño tiene ansiedad
Especialmente en los primeros meses de vida, cuando más indefenso es un ser humano y más depende de otras personas para regularse, el organismo puede responder con mayor rapidez a las situaciones amenazantes. ¿Y qué amenazas son estas? Pues básicamente no estar bien alimentado, ni limpio, ni descansado ni seguro gracias al vínculo de su principal figura de referencia (o figuras). ¿Y cómo responde ante la falta de alguna de estas necesidades? A través del llanto principalmente, aunque conforme van creciendo van a ir mostrando ese estrés de otros modos.
Chupar el cuello de la camisa, los puños, un dedo de la mano… Es cierto que hay una etapa en la que lo chupan y muerden absolutamente todo, ¡hasta sus pies! Y es que la boca es un órgano muy poderoso con el que exploran y descubren el mundo que les rodea, empezando por su propio cuerpo. Pero puede llegar un momento en el que también encuentran en este tipo de actividad una manera de aliviar su estrés.
Con establecer unas rutinas, evitar sobreestimulares y atender todas sus necesidades, debería ser suficiente para reducir esa ansiedad que puede suponerles el mundo. Aunque tienen una capacidad impresionante de adaptación, imaginad qué podríais sentir si llegáis a un mundo ruidoso, lleno de luces, de olores, de personas que no reconocéis y que dependéis de alguien para sobrevivir en medio de todo esto… Por eso es tan importante, además de la alimentación a demanda para tener esa parte cubierta, un cariño que aporte seguridad de manera constante.
De hecho las caricias son un nutriente afectivo esencial y lo demuestran diferentes estudios, como la famosa Teoría del Apego de J. Bowlby, que coinciden en el efecto negativo que puede tener a nivel cerebral los niveles altos de cortisol como respuesta al estrés por falta de cariño. Pero ojo con hacer que el bebé pase de brazo en brazo, ya que esto más que ayudar, podría aumentar el estrés. Mientras que los brazos de sus progenitores les calman, si se encuentran ante desconocidos, pueden alterarse.
Causas de la ansiedad infantil
A partir de los ocho meses, la principal fuente de ansiedad en los peques es aquella que provoca la separación de su mamá, o de su papá, que son sus principales figuras de referencia. Y es que sobre esta edad, empiezan a darse cuenta de que son seres individuales, y el miedo a estar solos aumenta. Por eso necesitan tener siempre cerca, y de manera visible, a esa persona que les ha estado cuidado y aportando seguridad durante los primeros meses. Es una reacción instintiva, por pura supervivencia.
Esta ansiedad por separación es bastante habitual si tenemos que dejarle en la escuela infantil, por ejemplo. Muchos niños y niñas sufren esta separación porque no son capaces de comprender todavía que será algo temporal, y pueden pensar que mamá o papá van a desaparecer para siempre. ¿Cómo calmar la ansiedad? Pues fomentando la confianza en que volveremos, despidiéndonos siempre al marcharnos, y no engañándoles ni distrayéndoles nunca en el momento de la separación.
También hay ciertos juegos y actividades que les ayuda a adquirir el sentido de permanencia: los objetos y las personas siguen existiendo, aunque no estén dentro de su campo de visión. El juego del cucú-tras, el escondite o las cajas de permanencia de Montessori pueden ayudarle a trabajar este concepto, y sirven como tratamiento para la ansiedad infantil en los primeros meses de vida.
Detectar el estrés infantil
Pasados los dos años edad y en adelante, empiezan a aparecer síntomas de estrés en los niños por otros motivos. Aunque a menudo pensamos que los niños, como son pequeños, “no se enteran de nada”, lo cierto es que nunca debemos menospreciar su sensibilidad a los cambios que les rodean. ¡Y por supuesto, no ignorarlos! Porque aunque son muy buenos observadores, pueden equivocarse interpretando, generando confusión, malestar y estrés.
Una mudanza, un cambio en el colegio, la llegada de un hermanito o hermanita, el divorcio de sus padres, la enfermedad de algún ser querido… O incluso la muerte. También pueden verse afectados por nuestro propio estrés (¿quién no ha hablado con angustia en casa sobre todo el trabajo que tiene pendiente?), y hasta por las noticias del mundo que ven la televisión o comentan en el colegio.
Y conforme van creciendo, la presión social por encajar en el grupo (incluso el acoso escolar) y las numerosas actividades a las que deben atender (incluidas las académicas), son las principales causas de estrés. Muchos niños y niñas están tan ocupados que no tienen tiempo para jugar con libertad, algo vital en la infancia.
A menudo abusamos de las actividades extraescolares, generando tensión en su día a día, ya que se pasan la jornada corriendo de un lado a otro, terminando tareas y quehaceres, sin un momento libre para la creatividad o simplemente el aburrimiento y descanso físico y mental.
Síntomas del estrés en los niños
En los más pequeños este estrés puede traducirse en nuevos hábitos como meterse el dedo en la nariz, comerse el pelo o morderse las uñas, volver a no controlar el pis por las noches, cambios en los patrones de sueño… Algunos niños y niñas experimentan problemas físicos como el dolor de estómago o de cabeza; y también pueden alterar su alimentación modificando hábitos o disminuyendo el apetito.
Los más mayores pueden tener cambios de humor constantes, mal comportamiento, problemas para concentrarse o tienden a pasar más tiempo del habitual solos, abstraídos. A veces el estrés se manifiesta a través de tics: parpadeos, giros de cuello, toser, inspiraciones por la nariz… También pueden comenzar a tener pesadillas, mentir e incluso a agredir a otras personas. Algunos casos de estrés infantil también se traducen en mutismo selectivo.
Las consecuencias de no tratar el estrés infantil
Cuando el cuerpo y el cerebro se ponen en situación de alerta se segregan más hormonas, como el cortisol, se produce adrenalina y aumentan las palpitaciones. Cuando el “peligro” pasa, la respuesta ante el estrés se atenúa y todo vuelve a estabilizarse. El problema llega si esto se prolonga en el tiempo y/o sucede con frecuencia, ya que esta respuesta se puede mantener siempre activa como manera de protección: constantemente en alerta, aunque no haya peligro aparente.
Esta respuesta prolongada al estrés puede afectar a las conexiones neuronales, sobre todo en la etapa de la infancia, ya que es un período especialmente sensible. Y las consecuencias, además de todo lo relacionado con la falta de autoestima y confianza, o las relaciones futuras, también inciden a nivel físico. Contribuye a disminuir las funciones del sistema inmunitario, hay mayor tendencia a contraer alergias, alteraciones en el aparato digestivo y/o el sueño…
Cómo ayudar a los niños a manejar el estrés
Dependiendo de la edad y del motivo del estrés, o la sintomatología asociada, podremos hacer una cosa u otra. Pero lo que nunca debe faltar es la comunicación, además de apoyo y comprensión por todo lo que están pasando, sea cual sea el motivo. Debemos reconocer qué les está causando inquietud, expresar interés y validarlo.
Por supuesto, si es algo a lo que se le puede poner fin, debemos tratar de hacerlo. Por ejemplo, limitando las actividades extraescolares y dejando solo aquella realmente imprescindible o la que más le guste. Pero si es inevitable, les acompañaremos proporcionándole la seguridad que necesitan en ese trámite, en la medida de lo posible.
Compartir tiempo de calidad con ellos y ellas, y mostrar interés en lo que les está pasando, sin agobiar, también son buenas estrategias. Además podemos facilitarles técnicas de relajación, como ejercicios de respiración y masajes. El deporte, incluido el baile, suele ser una buena manera de liberar el estrés.
Sobre todo, lo que debemos evitar es que el estrés infantil se vuelva crónico. A veces, incluso será necesario acudir a un/a profesional para que nos oriente y entre todos logremos aliviar esa ansiedad. En la Tribu CSC contáis con diversos profesionales que pueden ayudaros, además de varios seminarios y cursos online que podéis cursar de forma gratuita si sois familias miembro.
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