7 Trucos a la hora de negociar con tus hijos

Negociar en familia las normas y límites que favorecen la armonía aporta equilibrio y bienestar a todos los miembros y evita las luchas de poder con los hijos

Artículo publicado el 13 Sep 2021 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 21 enero, 2024

Paz, amor y felicidad. Son tres conceptos vinculados tradicionalmente con la Navidad. Es un época familiar en la que pasamos más tiempo juntos y eso, además de buenos ratos, también provocan más fricciones en casa. Por eso hoy os contamos siete trucos para negociar con los hijos que os van a ser de gran utilidad, en Navidad, y siempre.

Es necesario aprender a negociar con los hijos

Cuanto más tiempo pasamos juntos en casa, más tiras y aflojas hay con nuestros peques en cuanto al uso de pantallas, los ratos de ocio y las tareas domésticas en las que es necesario que participen, como recoger. Ojo, que a mí también me dan mucha pereza; pero claro, hay responsabilidades que no se pueden (deben) olvidar. Así que es posible que ese triunvirato del ideal navideño se venga abajo de buenas a primeras si no aprendemos a negociar con los hijos.

¿Por qué debemos negociar con los hijos? Para evitar las absurdas luchas de poder. Además de no llevarnos a ninguna parte, consumen mucho tiempo y energía, así que en este post os ofrecemos siete trucos para mantener la armonía en casa durante las navidades.

 

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Son consejos relacionados con la disciplina positiva, una filosofía pedagógica que busca educar a los niños de manera respetuosa. Es decir, teniendo en cuenta sus sentimientos y vivencias (también los nuestros). La idea es enseñarles a ser personas responsables, respetuosas y con recursos. Y hacerlo como iguales, sin juzgarlos ni considerarlos inferiores; promoviendo actitudes positivas.

Negociación horizontal con los niños

La palabra “negociar” tiene una primera acepción en el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) que lo relaciona con un fin económico. Sin embargo, en su segunda acepción, significa “tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro”. ¿Y cuál es el mejor logro cuando se trata de la educación? ¿Que nuestros hijos cumplan nuestras órdenes sin rechistar? Evidentemente no.

Con negociar me refiero a llegar a acuerdos de forma respetuosa, sin imposiciones de ninguna de las dos partes. Es decir, no significa ceder o perder el control como adultos. Sino que es una forma de encontrar una solución pacífica sobre asuntos cotidianos sobre los que podemos tener visiones muy diferentes, pero que pueden llegar a un punto común que satisfaga a todos.

 

 

Y es que, en la disciplina positiva, existe una palabra clave: la cooperación. ¿Y esto qué significa? Pues que las relaciones son horizontales, que hay que trabajar juntos con respeto; hay que mostrar respeto mutuo en un entorno sin miedos, coacciones ni reproches.

“Hay que ganarse a los niños, no ganarle a los niños”. Esta frase es de una de las dinámicas que nos enseña Silvia Guijarro, maestra y especialista en Disciplina Positiva.

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Pero ¿se puede negociar con los niños tengan la edad que tengan? Es cierto que con un bebé pequeñito poco hay que negociar, más allá de estar con él, atenderle en todo momento e intentar comprender su forma de comunicarse con nosotros (y darle todo el amor del mundo, evidentemente).

 

¡La OMS pide más abrazos para los niños!

 

Pero los peques también pueden opinar. Un menor de dos años puede decidir a qué quiere jugar o en qué momento quiere recoger (antes o después de la siesta). Lo que no debería decidir es no recoger de ninguna de las maneras y en ningún momento, por ejemplo. Dicho esto, vamos a enumerar lo que podéis aplicar para negociar con los hijos y llegar a acuerdos con ellos.

1. Elegir el momento adecuado

No es lo mismo iniciar una conversación en casa, mientras desayunamos; que en medio de una habitación desordenada con juguetes; o tras una discusión porque le has pedido a la niña o al niño que apague la tablet, y no quiere. Para aproximarnos a los peques es mejor hacerlo en un ambiente tranquilo en el que padres e hijos estemos abiertos a la comunicación.

 

 

Además, hay que adelantarles qué queremos hacer (llegar a un acuerdo sobre algo) y cómo vamos a hacerlo (hablando). Tal vez la conversación es producto de una necesidad que ellos han expresado, como querer estar más tiempo jugando con nosotros.

Lo que se debe evitar es comenzar a negociar con los hijos en un ambiente ajeno, poco tranquilo o tras un enfado. Actuar en caliente o con actitud negativa solo servirá para aumentar la frustración y la distancia. Si este es el caso, mejor tomarnos un momento para calmarnos antes de abordar el conflicto.

2. Establecer de antemano qué es negociable y qué no

Estamos hablando de negociar normas y costumbres de cada familia. Sin embargo, hay que dejar claro que hay límites que son innegociables. Estos están relacionados con tres ámbitos: la seguridad (no podemos negociar si podemos tocar o no un enchufe); la salud, (no hay discusión sobre ir al médico si lo necesitan); o el respeto (tampoco es negociable gritar o pegar).

 

 

Estos límites son líneas rojas que no se pueden cruzar jamás. Ni los niños y niñas, ni nosotros. Sin embargo, sí se pueden negociar las reglas que regulan la convivencia en la familia. La negociación, en este sentido, puede ser positiva porque así se fomenta la comunicación con nuestros hijos.

3. Dejar que se expresen primero al negociar con los hijos

Invitarles a expresar lo que sienten o desean. Una de las claves de abordar con respeto la negociación es la escucha activa, que no solo se refiere a dejarles hablar, sino a escucharles realmente y a hacerlo con todos los sentidos, también con nuestra actitud, prestándoles toda nuestra atención.

 

 

Eso les dará autonomía y confianza en sí mismos y les servirá para validar lo que sienten, para respetarse a sí mismos. Para nosotros, por otro lado, tiene la ventaja de que podremos entender por qué se comportan de una u otra forma. Quizás no quieran hacer alguna tarea porque están cansados o porque no saben cómo hacerla.

4. Exponerles nuestra visión y lo que esperamos de ellos o ellas

Es importante que nosotros también expongamos nuestros sentimientos o lo que esperamos de la otra persona. Si les enseñamos a nuestros hijos e hijas la importancia de lo que se les pide y cuáles son las razones, la comunicación será más fluida. Y, paralelamente, les estamos educando sobre esa cuestión concreta.

 

 

Es importante explicar nuestra visión de manera horizontal (insisto) no de manera jerárquica. Debemos evitar la proyección de nuestras expectativas porque nuestro objetivo no ha de ser imponer nuestro criterio y que acepten lo que nosotros queramos, sino que interioricen y sean conscientes de los principios y valores que queremos transmitirles.

Si, por ejemplo, les decimos que tenemos que trabajar y que esperamos que nos “dejen hacerlo”, podemos estar dando por sentado que no nos van a molestar. Si simplemente les decimos que esperamos poder trabajar por la tarde, no enfocamos la cuestión en ellos y seguramente comprendan que para que eso pase tendrán que prescindir un rato de nuestra compañía, aunque asumamos que alguna interrupción puntual tendremos, ya que es importante que nuestras expectativas sean realistas.

5. Ofrecerles la oportunidad de que aporten soluciones

No es lo mismo que te impongan una solución a que intenten llegar a un acuerdo contigo, ¿verdad? Pues si a nosotros no nos gusta que nos impongan determinadas cosas, a nuestros hijos e hijas tampoco. Y es lógico, porque nuestras necesidades son tan importantes como las de ellos.

 

 

Por eso, hay que ofrecerles la oportunidad de que aporten sus ideas para llegar a un acuerdo. Es posible que propongan cosas imposibles, pero también que nosotros y nosotras aportemos soluciones que nos favorezcan.

A partir de las soluciones que aporte cada parte, hay que tratar de llegar a un punto intermedio satisfactorio para todos porque las soluciones han de ser conjuntas.

Y sí, es posible que todos tengamos que ceder, pero si la solución es pactada con nuestros hijos e hijas, será más fácil que cumplan con lo pactado y, encima, se sentirán orgullosos de ellas y ellos mismos.

6. No perder la calma

A veces no es fácil llegar a acuerdos sobre determinados puntos. Y quizás se produzca algún enfado. En ese caso, lo mejor es no perder la calma. Un descanso o utilizar algún recurso, como el tiempo fuera positivo, puede sanear el ambiente para proseguir el diálogo. Si los progenitores nos ponemos nerviosos, el equilibrio entre amabilidad y firmeza (otros dos conceptos fundamentales de la disciplina positiva) se tambalea.

 

Cuando la disciplina positiva no funciona

 

Nuestra mano siempre ha de estar tendida sin que esto signifique que estemos cediendo. Hay que ser firmes porque es nuestra responsabilidad, pero siendo asertivos y amables. Si nos bloqueamos, quizás haya que volver a aportar soluciones alternativas.

7. Llegar a acuerdos y, sobre todo, respetarlos

Este es nuestro objetivo: llegar a soluciones satisfactorias para todos los miembros de la familia. Si hemos decidido que antes de comer, hay que recoger la habitación; ha de cumplirse. Pero que si nos comprometemos a jugar con ellos todas las tardes, esto también tiene que cumplirse.

 

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Es decir, todos los componentes de la familia han de respetar los acuerdos. En este sentido, sería buena idea revisar qué está fallando y volver a proponer soluciones si vemos que no ha ido bien. Y nuestro hijo o hija puede (debe) participar también en esta parte para que su implicación sea total. Si les hacemos partícipes de todas las decisiones, las asumirán como propias y todos estaremos más comprometidos con que la armonía reine en casa.

 

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