Resolver conflictos con niños: El difícil equilibrio entre amabilidad y firmeza

La empatía, la comunicación respetuosa y la calma pueden ayudarnos a resolver los conflictos con niños sin gritos ni castigos

Artículo publicado el 4 Feb 2022 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 16 marzo, 2023

La misma discusión se repite cada semana o cada día, por el mismo motivo y casi a las mismas horas… Si los gritos, las amenazas, los premios y los castigos no sirven de nada… ¿Por qué seguir utilizándolos? ¿Qué podemos hacer en cambio? Sustituir todo ello por herramientas que nos permiten resolver los conflictos con niños sin caer en la tolerancia absoluta, ni el despotismo máximo.

El difícil equilibrio entre amabilidad y firmeza

El objetivo es encontrar un sano equilibrio entre nuestras necesidades y las de los niños, y aprender a establecer límites respetuosos en función de las mismas. Y lo haremos mediante la práctica de la comunicación positiva, sin reproches, sin culpabilizar al niño, huyendo del autoritarismo y tratando en cambio de buscar soluciones útiles y consensuadas entre toda la familia.

Alcanzar el equilibrio entre firmeza y amabilidad en la educación de sus hijos es más sencillo de lo que parece, aunque requiere cierta práctica porque supone dejar atrás ciertos enfoques y prácticas heredadas de nuestra propia crianza y educación.

 

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En mi casa, creo que como en todas, había ciertas situaciones que de forma invariable causaban discusiones familiares o conflictos con el peque (con sus consecuentes y temidas rabietas): la rutina matinal antes de salir volando hacia el cole, la hora de recoger juguetes, la de acostarse, etc.

Un día, mientras me andaba quejando de que le había dicho mil veces que tenía que recoger los juguetes del salón antes de acostarse y él seguía sin hacerlo, me paré en seco y me di cuenta de que el problema no era del niño, sino mío. ¿Por qué estaba empeñada en seguir utilizando un método que había fallado 999 veces?

Si los gritos, las amenazas y los castigos no servían para nada… ¿Por qué seguía utilizándolos? ¿Qué podía hacer ahora? Entonces me esforcé por centrarme en eliminar la absurda lucha de poder entre madre e hijo, y sustituirla por la comunicación positiva y las soluciones respetuosas, no las imperativas.

Sin gritos ni castigos

Los castigos no funcionan. Seamos honestos: ¿cuántos de nosotros aprendimos la lección cuando nuestros padres nos castigaron? ¿Cuántos se lo agradecimos en lugar de guardarles rencor y estudiar la forma de salirnos con la nuestra sin que nos pillaran en la siguiente ocasión?

El castigo es eficaz solo a corto plazo. Como padres, ¿cuántas veces tenemos que castigar por la misma razón a nuestros hijos? ¿Cuántos de ellos nos agradecen que les castiguemos para educarles? ¿Entienden nuestros hijos nuestras motivaciones cuando les castigamos? ¿Aprenden a portarse mejor cuando se sienten mal?

 

 

Son muchos interrogantes, ¿verdad? Y la respuesta a todos ellos es la misma: NO. Nada de esto funciona. Es un enfoque erróneo y muy común en los adultos: pensar que para que un niño se porte bien, primero tenemos que lograr hacerle sentir mal. Los niños solo se portan bien cuando se sienten bien.

Seamos coherentes y sinceros con nosotros mismos: el castigo no hace que nuestros hijos interioricen los valores que deseamos transmitirles. Tampoco los gritos. Si a nosotros no nos gusta que nos falten el respeto al dirigirse a nosotros, ¿por qué les enseñamos a nuestros hijos a relacionarse con los demás de esa manera?

Firmeza y amabilidad: ¿términos rivales o grandes aliados?

Muchas veces consideramos amabilidad como sinónimo de debilidad y asociamos firmeza con autoridad. Esto se debe a que nuestros conceptos sobre autoridad y disciplina son erróneos. Sin embargo, una buena disciplina se basa en el justo equilibrio entre firmeza y amabilidad. 

No hay orden sin libertad, ni libertad sin orden. Si solo actuamos con firmeza, crearemos un entorno opresivo y asfixiante en el que los niños devendrán en adultos completamente sumisos, o todo lo contrario: con una exagerada tendencia a rebelarse contra todo por sistema.

 

 

Si, por el contrario, el caldo de cultivo de la personalidad de nuestros hijos es un ambiente en exceso permisivo, nos encontraremos con niños ultra consentidos que se creen con derecho a actuar y tratar a los demás como se les antoje mejor a ellos.

si no hay ni orden ni libertad, lo que existe es el caos absoluto. Si no hay firmeza ni amabilidad, lo que existe es la anarquía más absoluta, el “sálvese quién pueda” y “que cada cual se ocupe de sus asuntos a su manera”. Por lógica, deducimos entonces que ninguno de estos escenarios es positivo para el desarrollo y la educación de los niños y niñas.

Sin embargo, si hay equilibrio entre firmeza y amabilidad, estaremos creando el entorno idóneo para practicar una disciplina positiva con nuestros hijos e hijas. Si necesitas apoyo o asesoramiento para hacerlo, puedes consultar a nuestro equipo de especialistas en la Tribu CSC.

 

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Con los niños (con todas las personas en general), aún más importante que lo que decimos o hacemos es cómo lo decimos y cómo lo hacemos. Por mucha razón que tengamos al regañarles, los peques tienen una reacción natural de rechazo ante el grito, la amenaza y el castigo.

A veces no podemos evitar adoptar uno de estos roles y llevarlos hasta el extremo, siendo de esta forma padres autoritarios o padres permisivos. La mayoría de las veces, sin embargo, oscilamos de un rol a otro (imponiendo castigos y después levantándolos, gritando a los niños y después comprándoles algo para compensar su cargo de conciencia, etc.)

Esto sucede porque a la mayoría de nosotros nos han educado de forma autoritaria o permisiva, por lo que tendemos a reproducir o rebelarnos contra nuestros propios modelos fraternales adoptando los mismos roles o justo los totalmente contrarios.

 

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Para romper con nuestra propia herencia cultural debemos potenciar la comunicación, la empatía y el respeto en la relación con nuestros hijos. Así, casi sin esforzarnos, encontramos el equilibrio entre firmeza y amabilidad y dejamos de caer en el control excesivo o en la permisibilidad.

Nuestro papel como madres y padres no es exactamente el de ser los amigos de nuestros hijos e hijas, pero tampoco el de ser sus agentes de la condicional. Todos queremos educar de la mejor manera a los niños y llevarnos bien con ellos, hacer que confíen en nosotros y tener una buena comunicación en familia.

Pero cuando oscilamos de un extremo a otro, ese vaivén de permisividad y autoritarismo causa confusión en los niños y desequilibrio en nosotros mismos. Rompiendo con nuestro propio patrón de conducta, cerramos el círculo eterno de conflictos sin resolución.

Ser amables, consensuar y después mantenernos firmes

¿Pero cómo encontramos el sano equilibrio entre nuestras necesidades y las de los niños para aprender a establecer límites en función de las mismas? Lo primero es dejar de buscar culpables cuando surge un conflicto  y tratar, en cambio, de buscar soluciones útiles y consensuadas.

Sí, consensuadas. Es posible consensuar soluciones con los niños si, por ejemplo, les ofrecemos sin levantar la voz diversas opciones a decidir por sí mismos. Evidentemente, la gama de opciones la ofrecemos nosotros de entre las soluciones viables para ese momento en concreto. Por ejemplo: “está bien, entiendo que no te apetece recoger los juguetes ahora, pero tendrás que hacerlo después de bañarte. Puedes elegir, ¿qué prefieres hacer? ¿Recoger los juguetes ahora o después de bañarte?”.

 

 

Esta sería una manera respetuosa y amable de indicarle al niño que tendrá que asumir las consecuencias de no recoger sus juguetes ahora. Tendrá que hacerlo después, cuando quizás le apetezca aún menos. Y, por supuesto, no se le hará chantaje como falso “premio” a su conducta (“si eres obediente y recoges, te doy una sorpresa”). Lo importante después es mantenernos firmes para que nuestro hijo pueda por fin aprender del resultado de sus acciones por sí mismo sin entrar en absurdas luchas de poder con él.

Mantenernos firmes en nuestras decisiones finales resulta tan vital como tratarles con amabilidad durante la resolución del conflicto. Por supuesto, cuando comenzamos a aplicar un método nuevo nuestros hijos siempre se rebelan al principio, por lo que no es aconsejable ceder ni tirar la toalla hasta que hayamos alcanzado nuestro objetivo final: el bienestar del pequeño y de toda la familia.

Herramientas útiles en la gestión de conflictos con niños

El tiempo fuera positivo, es una buena herramienta de gestión de conflictos familiares que también nos puede ayudar a llevar los problemas cotidianos a buen puerto.

Tomarse un tiempo para serenarse antes de perder el control y saber relativizar, nos ayuda a reaccionar con medida, a enfrentarnos con buen talante a la situación y a solucionar los conflictos con niños en casa.

 

 

La empatía y la asertividad también son enormemente necesarias. Los adultos solemos culpabilizar a los niños cuando no se comportan como adultos. ¡Es que no son adultos! ¡Son niños! Los peques no desobedecen por gusto. Detrás de su supuesta “rebeldía”, casi siempre suele haber una actuación torpe y poco empática por parte del adulto.

Reeducarnos para educar

No siempre es fácil para nosotros, los adultos emplear estos métodos sin dejarnos llevar por la sensación de que el niño “sale ganando” y nosotros, en cambio, perdemos “autoridad”. Esto se debe a que hemos heredado un concepto erróneo de “disciplina”, ya que tradicionalmente se ha considerado este término como sinónimo de “autoridad” en lugar de como sinónimo de “educación”.

Como consecuencia, tergiversamos los conceptos “firmeza” y “amabilidad”. Es por eso que, muchas veces, aunque actuamos con los peques como creemos que es “adecuado” y que lo hacemos “por su bien”, en realidad nuestro propio comportamiento nos hace sentir mal… Y esto es absurdo, porque hacer las cosas bien con los niños no puede nunca causar disonancia entre nuestra mente y nuestro corazón.

 

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Por eso, a la hora de educar a nuestros hijos, debemos de dejar de plantearnos nuestra relación con ellos como una lucha de poder en la que una parte siempre gana (al salirse con la suya) y la otra pierde (al consentir y obedecer). Porque no se trata de que el niño salga ganando, sino de ganarnos al niño. Los peques son como espejos: si se sienten respetados y queridos, nos respetan y nos quieren. Y así sí, ganamos todos.

 

 

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2 comentarios en "Resolver conflictos con niños: El difícil equilibrio entre amabilidad y firmeza"

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