¿Ser los mejores amigos de nuestros hijos?

¿Hasta qué punto estamos confundiendo las relaciones horizontales con nuestro papel como padres?

Artículo publicado el 12 Sep 2019 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 4 noviembre, 2023

A menudo escucho a mujeres y hombres de casi 40 años (o más) decir que su hija o su hijo de 5 o 6 años es su mejor amigo… Suena, como poco, raro. Lo lógico es que los adultos tengan sus amigos y los niños los suyos, cada uno de su edad. ¿Hasta qué punto estamos confundiendo las relaciones horizontales con nuestro papel como madres, padres, tutores, cuidadores y educadores de nuestros hijos?

El papel de los padres

Aunque todos estaremos de acuerdo en que queremos establecer una relación de complicidad que permita a nuestros hijos confiarnos sus deseos y preocupaciones, y compartir con nosotros sus alegrías y penas, nuestro papel como familia es el de prepararlos para la vida.

Ser los confidentes de nuestros hijos e hijas es genial, pero no nos convierte en sus amigos. Si acaso, nos ayuda en nuestro papel de guías y protectores que les apoyarán en todo en la vida, pase lo que pase. Convertirnos en sus amigos no nos va a hacer más capaces para desempeñar esta tarea, ni tampoco evitará que nos desobedezcan.

Para poder educarlos en valores y enseñarles habilidades para la vida, debemos tener la confianza suficiente en nosotros mismos para ser capaces de guiarlos y confiar también en ellos para que tomen las decisiones más inteligentes (o enmienden de la mejor manera sus errores). Los amigos, sencillamente, no tienen este tipo de relación.

 

 

Por más que existan muchos padres y madres que discrepen y defienden su deseo de ser amigos de sus hijos, lo cierto es que cuidar las relaciones horizontales y la cercanía emocional de todos los miembros de la familia no es delegar nuestro papel de mentores y protectores.

Porque, si nosotros nos convertimos en los amigos de nuestras hijas lo cierto es que las estaremos dejando huérfanas de padres y madres. Los niños necesitan tener sus amigos y saber que sus padres estarán siempre a su lado, por más que su relación esté basada en la confianza y el respeto mutuos.

O amigos o referentes

Todas las madres y padres deseamos lograr una relación cercana y de confianza con los hijos sin perder la capacidad de establecer límites e inculcarles principios. Tarea nada fácil que requiere saber alternar distintos niveles de cercanía.

A veces es necesario adoptar el rol jerárquico, siempre basado en el cariño y respeto, para poner límites y corregir conductas inadecuadas cuando la ocasión lo requiera. Pero también debemos tener presente que la afectividad es esencial para un desarrollo completo y saludable.

Un amigo es un igual. Una relación de amistad es una relación de “tú a tú”. La relación con un padre o una madre debe ser cercana, abierta, flexible, cariñosa, sincera y comunicativa, pero siempre teniendo en cuenta que papá y mamá son figuras de referencia y guía. Eso, ya de por sí, nos dota de autoridad y de responsabilidad sobre su bienestar, lo que a su vez nos sitúa en una escala jerárquica diferente.

 

 

Ser amigos de nuestras hijas e hijos no es nuestro objetivo. Nuestro papel es el de convertirnos en los mejores padres y madres para ellos. Eso incluye tomar muchas decisiones por su bienestar que, a menudo, van en contra de sus deseos o para las que no se tiene en cuenta su opinión (como qué vacunas ponerles, qué alimentación debe seguir, sentarles a contramarcha en el coche o elegir colegio).

Si vosotros sois sus mejores amigos… ¿quiénes son sus padres?

Si nosotros les ofrecemos ser sus amigos… ¿dónde queda entonces la figura del padre o de la madre? Nuestros hijos tendrán todos los amigos y amigas que deseen en el colegio, en el barrio, en las clases de inglés o en el club de natación. También podrán cambiar de amistades con el paso del tiempo, pero solo nos pueden tener a nosotros como padre o madre.

Quizás, con el paso de los años, podremos irnos relacionando más como amigos, cuando alcancen un nivel de madurez emocional adecuado y ya tengan criterio propio suficiente. Sin embargo, en las etapas de niñez y preadolescencia, ha de predominar necesariamente el rol de protectores y guías.

La búsqueda del equilibrio

La familia es el seno del desarrollo y la educación. Nuestro deber es proteger, guiar y enseñar a los más pequeños para que el día de mañana sean capaces de madurar y desenvolverse solos en la vida, minimizando el número de errores que puedan repercutir en el bienestar o la felicidad.

Las madres y los padres debemos ser ejemplo de buen comportamiento y de toma de decisiones, ofrecer consuelo y seguridad, proporcionar coherencia y orden para que se sientan seguros y cómodos, maduren de forma saludable, sin problemas de autoestima, y aprendan a encarar y resolver por sí solos desafíos y situaciones.

 

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Un padre y una madre deben ser personas con las que una hija pueda hablar de cualquier cosa, pero al mismo tiempo deben ser quienes pongan reglas, rutinas, límites y les inculquen valores y buenos comportamientos.

Es importante establecer una relación abierta con los hijos, claro que sí. Pero cuando no siguen las reglas o los límites que son necesarios tanto para su bienestar como para el de los demás, no necesitan una mirada cómplice ni una sonrisa de condescendencia (que sería el gesto de un amigo), sino que se les enseñe a ser responsables de sus comportamientos y sus consecuencias, teniendo la experiencia y la guía de sus padres y madres como herramienta de aprendizaje.

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