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Artículo publicado el 3 Abr 2020 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 29 mayo, 2022
Aunque nos parezca lo más adecuado para cuidarlos, la sobreprotección de nuestros hijos y su hipercrianza les convierte en personas inseguras, dependientes y con altos niveles de insatisfacción personal. En definitiva: se transforman en niños infelices.
¿Qué es la hipercrianza?
La hipercrianza es un modelo de crianza “por exceso”. Ante el temor de que a nuestros hijos les falte algo, sufran o no estén debidamente atendidos, surge la figura del progenitor o el abuelo “hipercriador”: aquel que les sobreprotege, se convierte en “servidor” de los niños, vive en un estado de preocupación constante por si les sucede algo o enferman, les halagan en exceso, no les señalan sus errores (porque a menudo ni los ven), no les guían en sus equivocaciones y les conceden todos los caprichos.
Como consecuencia crían niños inseguros e hiperdependientes, vagos o que tienden a comportarse como pequeños emperadores que todo lo exigen porque les han hecho creer que todo lo merecen. Niños y niñas con escasa capacidad empática, nulo sentido del agradecimiento, poca capacidad de resiliencia y apenas habilidades sociales.
Se trata de niños que se van a los extremos, desarrollando la personalidad del “pequeño dictador” o del “niño invisible” debido a su mala autoestima (por exceso o defecto de ella) y bajos niveles de resistencia a la frustración. Niños constantemente insatisfechos e infelices. Todo ello como consecuencia de una atención excesiva a los hijos. O, en otras palabras: como consecuencia de su hipercrianza.
Consecuencias de la hipercrianza
Lo más curioso de este tipo de comportamiento es que los “hiperpadres”, las “hipermadres” o los “hiperabuelos” están muy orgullosos de estar involucrados en cada aspecto de la vida de sus hijos. Están “hiperpresentes” y creen de verdad que de este modo se convierten en los mejores progenitores del mundo (y, por extensión, también ven a sus hijos como los mejores).
Pero las consecuencias del exceso de protección, atención y cuidado no son pocas. Entre las más funestas se encuentran:
- Sentimiento de inferioridad y baja autoestima. Los padres interiorizan lo que para ellos es el ideal del niño perfecto y lo proyectan en sus hijos. A medida que pasa el tiempo, cuando los niños (que solo son niños) no cumplen esos ideales, aparece en los hiperpadres la decepción. Cuando los peques perciben la decepción en sus padres, se deteriora su autoconcepto y se sienten inferiores y fracasados.
- Ansiedad y estrés. La hipercrianza va de la mano de la “hiperactividad educativa”. Los hiperpadres (en su afán porque sus hijos sean más listos, más perfectos, más capaces) suelen apuntar a los niños a múltiples actividades extraescolares desde muy corta edad (aunque a menudo ni siquiera sean del interés de los propios pequeños). Poco a poco, se obtienen niños estresados con un nivel de ansiedad semejante al de los adultos.
- Exigencia desmesurada y carácter caprichoso. Por otra parte, los niños y niñas criados en el exceso de mimo y caprichos, se creen con derecho a recibir todo aquello que se les antoja, por el mero hecho de desearlo y pedirlo.
- Dependencia. Emocional o de aprobación ajena, que ocurre cuando sus figuras adultas de referencia actúan como sus sirvientes, les corrigen en absolutamente todo o no les dejan desarrollar su autonomía.
- Inseguridad y escasa capacidad de frustración. Los padres que llevan a cabo la hipercrianza no toleran el error en sus hijos, pero criar niños inmunes al error o al fracaso es imposible. Por lo tanto, lo que consiguen es criar niños inseguros, incapaces de tomar decisiones por miedo a equivocarse y sufrir el enfado o la decepción de sus progenitores. Por otra parte, los pequeños se vuelven adultos extremadamente perfeccionistas, en un intento de compensar el sentimiento de fracaso que tenían de niños, perpetuando a menudo este modelo con sus propios descendientes.
Pero quizás, la peor consecuencia de todas sea el terrible capitalismo emocional en el que crecen y que interiorizan estos niños: “me quieren por lo que hago, valgo lo que consigo”, cuando en realidad los niños necesitan nuestro amor incondicional, sentirse queridos por ser ellos mismos, sin necesidad de hacer nada a cambio. Solo existir.
¿Dónde está el límite?
¿Cómo no vamos a poner toda nuestra atención y cuidado en la crianza de nuestros hijos? Para todo existe un límite y, como dice el refrán: “la virtud está en el término medio”. Todos los bebés y niños pequeños necesitan el afecto y la atención continua de sus progenitores. Como consecuencia, a menudo nos cuesta un poco encontrar el sano equilibrio.
Ese sutil límite se establece en la frontera a partir de la cual nuestra intervención afecta a su autonomía personal, afectando a su desarrollo e impidiendo su crecimiento o enriquecimiento personal. Sobreproteger e hipercriar a los niños es caer en la toxicidad emocional y generar relaciones de codependencia.
La crianza no es control, el apego no es necesidad, educar no es asfixiar y proteger no es cortar las alas. Todos los niños y niñas que hoy son pequeños, deben convertirse en adultos capaces de tomar decisiones y hacerse responsables de sus vidas el día de mañana. En este sentido, sobreproteger a los niños es desprotegerlos. Hipercriar a nuestros hijos es lanzar al mundo a niños infelices. Es crear niños ansiosos, impacientes, dependientes, con miedos, inseguridades y baja tolerancia a la frustración.
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