12 Cosas que nunca deberíamos prohibir a nuestros hijos

Prohibimos para proteger, educar o corregir, pero a veces nos equivocamos y perjudicamos a nuestros hijos

Artículo publicado el 21 Oct 2019 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 14 enero, 2024

Hay muchísimas cosas que a diario prohibimos hacer a los peques para educarles o, simplemente, porque nos “molestan”. Y al hacerlo, perjudicamos sin querer su educación y desarrollo. Te contamos por qué prohibimos los adultos y cuáles son las 12 cosas que jamás se deberían prohibir a los niños y las niñas.

¿Por qué prohibimos los adultos?

Prohibimos para proteger, educar, corregir… e incluso para establecer y mantener jerarquías de poder. A los adultos nos encanta prohibir. ¡Y no solo a los niños! Vivimos en sociedades en las que se crean normas con sanciones por incumplimiento para favorecer el bienestar común.

Estamos tan acostumbrados a ello que, a menudo y sin darnos cuenta, trasladamos los sistemas punitivos a la educación de nuestros hijos para reafirmar nuestra autoridad, proteger su bienestar o como medio para educarles.

 

 

El problema de basar nuestro sistema educacional en prohibiciones y castigos es que muchas veces no somos conscientes de lo mucho que coartamos la libertad individual y perjudicamos el desarrollo del autoconocimiento, la personalidad, la capacidad reflexión, la confianza y la autonomía de nuestros pequeños.

Los límites y las normas son necesarios, pero sin pasarse

Poner límites y normas no solo es conveniente, es también necesario por su seguridad y bienestar personal. Y para crecer, aprender y relacionarse con los demás y con su entorno de forma saludable. Sin embargo, hemos de tener cuidado con el exceso de cosas que no deben hacer. A veces nos equivocamos prohibiendo.

 

 

De hecho, por muy extraño que parezca, nunca deberíamos prohibir hacer o decir ciertas cosas y, sin embargo, lo hacemos. Les prohibimos saltar, correr, gritar, preguntar, llorar… ¡Y hasta mancharse! A continuación te contamos cuáles son las prohibiciones más frecuentes que no debemos hacer, ya que minan su seguridad y ralentizan su aprendizaje.

Equivocarse

¿A quién le gusta que le regañen y griten cuando se equivoca? Pues a un niño tampoco. Equivocarse, fallar y cometer errores es de humanos. Sin embargo, reaccionamos negativamente cuando no hacen algo bien (a veces, incluso les castigamos) como si tuvieran prohibido equivocarse.  

Les cuesta atarse bien atarse los zapatos, hacer bien su cama, guardar cada juguete en su sitio… Están en pleno proceso de aprendizaje. Lo importante es que se sientan motivados para seguir haciéndolo. Se frustran mucho cuando no les salen bien las cosas, lo que menos necesitan en ese momento es que les reprendamos por ello.

 

 

Por eso es importante tener paciencia y darles el tiempo y las pautas necesarias para que vayan aprendiendo poco a poco a hacer todas aquellas tareas que, aunque a nosotros nos parecen sencillas, para ellos son todo un reto.

Tener miedo

Los miedos son normales en la infancia. De hecho, ciertos temores son comunes a todas las personas, independientemente de los años. Otros miedos, sin embargo, están generalmente asociados a cada edad y, a medida que crecen, van desarrollan unos miedos y superando otros.

Tener miedo forma parte del instinto de protección de los seres humanos. Nunca debemos prohibirles tener miedo de la oscuridad, de los monstruos, de los perros, del médico, de estar solos o de los extraños.

 

 

Si les regañamos o nos enfadamos por tener miedo, lo único que conseguiremos con eso es que no lo exterioricen. Es decir: les estaremos impidiendo expresar sus emociones. En lugar de hacerles sentir avergonzados por tener miedo, podemos acompañarles para poder ayudarles a racionalizarlos y superarlos.

Llorar

¿Quién no le ha dicho alguna vez a su hijo o hija “no llores”, “deja de llorar” o “no llores más”? Este tipo de frases solo enseñan que llorar es malo. Sin embargo, las personas lloramos por muchos motivos: pena, ira, frustración, rabia, miedo, tristeza, arrepentimiento, dolor… pero también alegría, felicidad o sorpresa.

Las lágrimas sirven para desahogar emociones. Y todas las emociones, tanto las positivas como las negativas, cumplen su función. Si cada vez que lloran les regañamos (e incluso les gritamos), comenzarán a reprimir sus emociones y se convertirán en adultos disfuncionales a nivel afectivo, con escasa capacidad de gestión emocional.

 

 

En cambio, actuaremos mucho mejor validando sus emociones y empatizando con ellas preguntándoles por qué lloran y dándoles nuestro apoyo. Un abrazo calma las lágrimas y un grito puede avivarlas.

Hacer preguntas

Sí, los niños son curiosos por naturaleza, están descubriendo el mundo y aprenden a pasos forzados. A veces resultan agotadores y es que son una fuente interminable de decenas, miles ¡millones de preguntas acerca de lo que sea! Incluso aunque conozcan la respuesta, vuelven a preguntar el porqué de cada cosa.

A veces son fáciles, otras difíciles… Y luego están las preguntas del “ups”, que son aquellas que te dejan mudo porque no sabes cómo encarar las respuestas. Por ejemplo: “Mamá, ¿los gatitos van al cielo?”.

Por agotador o difícil que sea nunca debemos ignorarles, pedirles que se callen o no contestarles. Y mucho menos responder con mentiras, fantasías o evasivas, porque eso es lo que les estaremos enseñando a hacer el día de mañana; cuando sean adolescentes, por ejemplo.

 

 

Siempre debemos intentar dar la respuesta más sencilla y honesta posible. Y hacerlo adaptando nuestro lenguaje y explicación a su nivel comprensivo. La comunicación abierta y sincera sienta las bases de nuestro vínculo con ellos y de su desarrollo afectivo.

Tener secretos o querer estar solos

Todos, absolutamente todos, tenemos secretos. Y aunque en nuestro rol de padres vaya implícito el vigilar la libertad de nuestros hijos, hemos de respetar su intimidad y su pequeña parcela de vida privada.

No inmiscuirnos en su intimidad es bueno para ellos y para nosotros. A medida que crezcan tendrán más secretos, y no podemos actuar como inquisidores rebuscando entre sus cosas, leyendo su diario o presionándoles para que nos lo cuenten absolutamente todo.

 

 

En cambio, sí podemos hacerles saber que pueden contarnos cualquier cosa, que siempre estaremos con ellos y que les apoyaremos y querremos incondicionalmente, incluso en sus equivocaciones.

Ser posesivo con sus cosas

Muchas veces tenemos la manía de obligar a los niños a compartir todo, en cualquier momento y con cualquier persona. ¿Por qué deberían querer hacerlo? ¡Son sus cosas!

Enseñarles a ser generosos y compartir es importante, pero nunca debemos obligarles y mucho menos quitarles aquello con lo que están jugando para que jueguen otros, porque entonces les estaremos enseñando a quitar, no a compartir.

 

Escuela infantil

 

Los seres humanos tenemos sentido de la propiedad. ¿Qué harías tú si un desconocido se te acercara por la calle y te pidiera las llaves de tu choche? ¿Quieres que tu hijo o hija sea así de dadivoso el día de mañana?

Mancharse y ensuciar

Con la excusa de que se van a manchar (o de que son muy pequeños), les prohibimos comer solos, dibujar o pintar en casa, saltar en los charcos, jugar con barro, coger arena, ayudarnos en la cocina, manipular plastilina o hacer manualidades.

 

 

Este tipo de sobreprotección no ayuda a que se desarrollen debidamente y les impide ser autónomos. Las manchas que no sea capaz de evitar un buen hule se pueden lavar a máquina. Así no estaremos impidiendo a nuestros hijos e hijas desarrollar sus destrezas manuales, su capacidad motora, su creatividad y su imaginación.

Expresar su opinión

Como son pequeños y “no saben nada”, a menudo no les damos voz ni espacio para expresar sus propios pensamientos y deseos. De esta forma, estamos fomentando que crezcan pensando que no merece la pena expresar sus opiniones porque o no son valiosas, o no son tenidas en cuenta.

Discutir

Esta prohibición es aún más frecuente cuando se trata de hermanos. Tenemos asociada la palabra “discusión” a connotaciones negativas. Sin embargo, discutir no es lo mismo que pelearse. De hecho, aprender a discutir de forma civilizada y madura es de un valor incalculable para la vida adulta; está muy relacionado con nuestra capacidad de negociación.

Hablar con extraños

Instruimos a los niños desde muy pequeños para que nunca hablen con extraños. Pero ¿y si se da la situación en la que un día dependan de la generosidad de un extraño para, por ejemplo, volver a casa?

Ser precavido no es lo mismo que ser desconfiado. A menudo, en nuestro día a día, nos cruzamos y relacionamos con desconocidos. De hecho, a diario dependemos de un montón de extraños en los que depositamos nuestra confianza. Es mucho más práctico y saludable enseñarles en qué situaciones deben huir de los extraños y en cuáles solicitar su ayuda.

 

¿Es bueno decirle a los niños que nunca hablen con extraños?

 

Decir no o llevar la contraria

Los niños y las niñas desobedecen a menudo y casi nunca es porque quieran retarnos o enfrentarse a nosotros. Ser obediente no es lo mismo que ser sumiso. Todos queremos que desarrollen su propia capacidad de análisis crítico para no resultar fácilmente influenciables el día de mañana. No obstante, al prohibirles negarse a algo u obligarles a hacerlo, estamos coartando su propia autonomía.

Está claro que somos nosotros quienes marcamos las normas y establecemos límites. A nuestros hijos les corresponde obedecer, pero eso no quita que sean un miembro más de la familia con voz y voto. Frases como “porque lo digo yo y punto” les convierten en sumisos y conformistas.

 

 

Es importante buscar el equilibrio y dejarles espacio para poder expresarse y comunicar lo que sienten, les parece, no les parece, quieren o no quieren hacer. Educarles en una sana desobediencia es vital para su desarrollo personal.

Ser niños y niñas

Esta es una de las prohibiciones más comunes y, por desgracia, una de las más injustas. Y es que, a diario, regañamos y castigamos a los niños por ser niños.

Los niños hacen ruido. Y corren, saltan, chillan y ríen con fuerza. Se hacen notar, hacen trastadas y travesuras, tienen rabietas y desobedecen. También tienen mucha energía y son nerviosos, curiosean, exploran, descubren, se equivocan, manchan y ensucian. ¡Pues claro que sí! ¡No son cactus, son niños y niñas!

 

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Así es como son felices. Enseñarles a comportarse en cada lugar es importante, pero no podemos pretender obligarles a estar callados, quietos y serios durante una hora en una tienda sin darles nada más que hacer.

Somos nosotros quienes nos estamos equivocando en según qué circunstancias al negarles su naturaleza. Al fin y al cabo, como dice el pediatra de mi hijo: “un niño o una niña con cardenales en las piernas, es un niño feliz”.

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