Tan bien no hemos salido: Cuando justificamos lo injustificable porque de toda la vida se ha hecho así

El origen de muchas de las dificultades en la edad adulta se encuentra en el trato autoritario y el modelo educativo adultocentrista recibido durante la infancia

“Pues a mí mi padre me pegaba y lo agradezco. Gracias a eso, hoy soy un hombre de bien”. “Hoy en día es que no se les puede decir nada a los niños. Si yo hacía algo malo, mi madre me daba con la zapatilla y no tengo ningún trauma”. “Pues a nosotros nos castigaban cuando nos portábamos mal y aquí estamos, tan mal no hemos salido”.

Estas frases y otras parecidas son las que escuchamos, con relativa frecuencia, quienes defendemos que otra forma de crianza, más respetuosa y más digna, es posible.

Cuestionar el trato que recibimos en nuestra infancia por parte de quienes nos cuidaban, implica un proceso de reflexión y revisión de nuestras propias vivencias que puede resultar doloroso. Muchas personas siguen viviendo, incluso en la etapa adulta, en un estado de obediencia y sumisión absolutas que les impide, siquiera, cuestionar lo establecido. Y la inercia nos lleva, como sociedad, a perpetuar patrones; de ahí, que los cambios sociales sean tan lentos.

Tan bien no hemos salido

Centrándonos en la tan manida frase, llama la atención como, de manera generalizada, se atribuyen los éxitos conseguidos en la etapa adulta al autoritarismo, cuando no incluso a los malos tratos, recibidos en la infancia. Damos por hecho que, si hoy en día tenemos un trabajo estable, una familia y unas relaciones sociales aparentemente sanas y fluidas, es gracias a que nos pegaban y no a pesar de ello. Sin embargo, basta con leer las noticias para comprobar que no es oro todo lo que reluce.

 

 

La página web del portal estadístico de criminalidad del Ministerio del Interior, recoge los siguientes datos sobre el año 2019: según este portal, en dicho año en España se cometieron: 1167 asesinatos, 103341 delitos de agresión con resultado de lesiones, 77424 delitos de malos tratos en el ámbito familiar, 1873 agresiones sexuales con penetración, 369 casos de corrupción de menores o incapacitados en el ámbito de la libertad sexual, 866 delitos de pornografía de menores, 700453 hurtos, 65874 casos de robo con violencia e intimidación, 327616 casos de estafa, 16624 delitos relacionados con el tráfico de drogas…

No, definitivamente, tan bien no hemos salido. Porque toda esta violencia y corrupción que existe en nuestra sociedad, es ejercida por personas que también fueron criadas en un modelo educativo autoritario y adultocentrista. Numerosos estudios establecen una relación directa entre la criminalidad y el tipo de educación recibida. Pero no hace falta estudiar los índices de criminalidad para tomar conciencia de que somos una sociedad que sufre las consecuencias del modelo educativo convencional.

 

 

Bastaría darnos una vuelta por cualquier gabinete de psicoterapia para comprobar que el origen de muchas de las dificultades de gran parte de la población se encuentra en el trato recibido durante la infancia. Trastornos de alimentación, adicciones varias, necesidad de aprobación externa insana, inseguridad, obsesiones, dependencia emocional

Llama la atención que no asociemos todas estas dificultades con el trato que recibimos en la infancia. Puede que, simplemente, sigamos sintiéndonos incapaces de cuestionar la autoridad de nuestros progenitores o, tal vez, nos resulte doloroso admitir que quienes debían cuidarnos y protegernos no nos dieron el trato que necesitábamos para convertirnos en personas adultas sanas emocional y mentalmente, con la confianza necesaria para afrontar nuestra vida sin miedos.

Puede incluso que, normalizar que se pueda pegar a los niños y las niñas por el simple hecho de serlo, no nos parezca una aberración; simplemente, porque en nuestra infancia aprendimos a justificar que lo hicieran con nosotros para poder sobrevivir.

 

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No se trata de juzgar

En muchos casos, la resistencia a cuestionar el modelo educativo en el que crecimos, nace de la incomodidad que nos produce juzgar a quienes nos criaron. Los fuertes vínculos que se establecen entre un niño o una niña y quienes son sus personas de referencia durante la infancia pueden llevarnos a idealizar a estas personas y atribuirles un halo de perfección que nos impide cuestionar ninguna de sus acciones.

Pero no es necesario juzgarles. Nuestros padres, nuestras madres, lo hicieron lo mejor que supieron y pudieron con los conocimientos y las herramientas que tenían a su alcance en aquel momento. Que algunas de sus acciones no nos beneficiaran, o incluso nos perjudicaran, no quiere decir que no nos quisieran. Del mismo modo que nosotros/as queremos a nuestras/os hijas/os aunque nos equivoquemos y dudemos de si lo estaremos haciendo bien. (Porque tan bien no hemos salido).

 

Cuando la disciplina positiva no funciona

 

Y que seamos capaces de analizar qué tipo de acciones nos han marcado y están relacionadas con nuestras dificultades o limitaciones en la vida adulta, no tiene por qué condicionar el amor que sentimos por ellos. Simplemente, indica que somos personas adultas capaces de revisar y cuestionar lo que hemos vivido para poder aprender y seguir creciendo como personas.

Somos quienes somos, a pesar de que nos pegaran, no gracias a ello

Solo cuestionando y revisando el trato que recibimos podremos tomar conciencia de que, si hoy en día tenemos una vida razonablemente satisfactoria, no es gracias a que nos pegaran, sino a pesar de ello. La mayoría de nosotros/as tenemos muchos recuerdos de vivencias que agradecer. Si hoy nos desenvolvemos con cierta soltura es gracias a la confianza que nos otorgaron, es gracias a las veces que nos escucharon y nos sentimos importantes, es gracias al cariño que recibimos incluso cuando nos equivocábamos.

Que fuéramos capaces de sobrevivir a los cates, a los gritos y a los castigos sistemáticos, no los convierte en responsables del éxito de nuestra vida actual. Y seguir justificando que se puede tratar a la infancia con estándares distintos al resto de la humanidad solo refleja que seguimos perpetuando un sistema adultista en el que las niñas y los niños carecen de los derechos humanos más básicos. Que no tengamos referentes ni modelos para hacerlo de otra forma no justifica que sigamos justificando lo injustificable.

 

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Hoy en día tenemos a nuestro alcance una cantidad ingente de información, a un solo golpe de click, de la que nuestros padres y nuestras madres no disponían. Ya no vale excusarnos porque tan bien no hemos salido. En la Tribu de Criar con Sentido Común son numerosas las familias que comparten una visión respetuosa de la crianza.

Porque sabemos que para construir una relación de confianza en la familia es necesario crear un entorno libre de miedo donde nuestros hijos puedan crecer en libertad, dentro de los límites del respeto mutuo. Porque, como dice Jane Nelsen, “¿de dónde sacamos la loca idea de que, para que un niño se porte bien, primero tenemos que hacerle sentir mal?”.

 

5 comentarios en "Tan bien no hemos salido: Cuando justificamos lo injustificable porque de toda la vida se ha hecho así"

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