Aquellas cosas que dije que nunca haría (antes de ser madre)

La maternidad se percibe de forma muy diferente antes y después de tener la experiencia propia de ser madre

Artículo publicado el 27 Jul 2020 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 11 mayo, 2023

Antes de ser madre hay muchas cosas que aseguras que nunca harás. Incluso te indignan cuando salen en la conversación o ves que las hacen otras madres. Sin embargo, desde antes de dar a luz ya te vas dando cuenta de que incumplirás muchas de esas normas que te habías autoimpuesto antes de concebir.

Aquí repasamos algunas de las más repetidas, para que compruebes que además de madres ¡somos humanas! Pero también te proponemos alternativas a todos esos patrones repetitivos que no nos hacen bien.

“Nunca iré al baño con el bebé en los brazos”

Cuando dices que estás embarazada, todo el mundo te cuenta su experiencia. Muchas veces ni siquiera eres consciente de que todas esas historias te podrán ayudar de una u otra forma (incluso aquellas con las que no estás de acuerdo) cuando seas madre. A veces ves cómo la vida de tus amigas o de las mamis que te rodean ha cambiado radicalmente, pero lo que no se ve y cambia sobre todo es el espacio personal.

Cuando las que ya son madres cuentan a sus amigas solteras que no tienen tiempo para nada, y que incluso van al cuarto de baño con el bebé encima, antes de ser madre tú te preguntas: “¿Cómo es posible? No me puedo creer que ni en ese momento tan íntimo puedan estar solas. Seguro que hay alguna forma. ¡Yo por ahí no paso!”.

 

 

Y meses después te ves protagonizando la misma estampa. Y no solo eso, sino que ya no tienes tampoco tiempo para mantener una conversación de teléfono, ni para tomarte tranquilamente el café del desayuno o para esmerarte arreglándote delante de un espejo… En definitiva, todas esas cosas que forman parte de tu espacio personal (y que tanto te prometiste que mantendrías), van quedando pospuestas al convertirte en madre. ¡No nos sintamos mal por eso!

Es prácticamente imposible no caer en la pérdida de intimidad o de espacio propio con un bebé dependiente de ti para absolutamente todo, así que no nos exijamos en exceso. Tenemos que ser conscientes de que durante los primeros años de vida del bebé, sus necesidades son nuestra prioridad. ¡Pero vamos a intentar ponernos pequeñas metas!

 

maternidad

 

Si hay alguien en casa que se puede encargar del pequeño cuando vayamos al baño, hay que intentarlo; si antes dedicabas media hora al día para meditar en soledad, vamos a procurar sacar al menos diez minutos; por ejemplo. Pequeñas metas que nos hagan tener un espacio y tiempo propios aunque seamos madres y que, además (¡no lo olvidemos!), aumentarán al ritmo que crece nuestro bebé.

“No me sentiré mal si la casa no está recogida”

“¿Cómo es posible que estés agobiada porque la casa está desordenada? Has tenido un bebé. Eso es lo último que te tiene que preocupar en este momento”. Es una frase que se suele repetir a las amigas cuando acaban de ser mamás. Desde fuera es muy fácil advertirlo, porque es obvio que lo primero es el bebé.

Pero cuando nos convertimos en madres, parece que se nos olvida. No porque el orden de prioridades se confunda (el bebé sigue siendo lo primero), sino porque nos volvemos muy autoexigentes y de repente estamos porteando al bebé para tener las manos libres y poder recoger cosas.

 

 

Es más, cuando llega el pequeño siempre se recomienda que las horas en las que él duerma también lo hagamos nosotras. Sin embargo, nos sorprendemos con la fregona en la mano y, cuando escuchamos el primer sonido de su despertar, nos arrepentimos de no haber descansado porque ya no sabemos cuándo llegará la siguiente oportunidad.

Asimilar desde el principio que las casas con niños están desordenadas la mayor parte del tiempo, nos ayudará mucho. Eso es lo más natural y no hay que sentirse mal por ello. Además, si se quiere buscar un motivo más para no preocuparse por ese caos, te mostramos otro…

 

 

La revista científica Association for Psychological Science publicó un artículo que mantiene que el desorden fomenta la creatividad. Así que lo que tú consideras ahora un hogar desordenado, ¡a lo mejor es algo positivo para el futuro de tu hijo! Bromas aparte, lo que seguro que es positivo para él (y para toda la familia), es tener a una mamá relaja y feliz a su lado. Y cuando las aguas se calmen, podréis volver a tener todos la casa un poco más ordenada para que tu peque sepa dónde encontrar cada cosa, y en realidad, toda la familia.

“Nunca dejaré de arreglarme, aunque sea madre”

Otro de los cambios más evidentes en las madres tiene que ver con su imagen. Desde fuera nos negamos a pensar que un bebé puede conllevar dejar de arreglarse. Antes de ser madre piensas que se tarda lo mismo poniéndose una ropa conjuntada que una que no, pero realmente no es así.

Detrás de esta elección hay más matices. Por ejemplo: que el pantalón que pega con esta blusa me lo manchó ayer el bebé con el reflujo o que me he puesto la última blusa limpia que me queda porque la lavadora no ha dejado de funcionar con la ropa del bebé, etc.

 

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Pero esto va más allá. Quizás tu imagen ya no es la misma porque tus prioridades han cambiado y a lo mejor no te ves mal con esa ropa (aunque antes de ser mamá no te la hubieras puesto ni para bajar la basura). O a lo mejor necesitas cambiar tu ropa de siempre por otra más cómoda para dar el pecho o portear, o usar un calzado distinto (sin tacones, por ejemplo) porque tu ritmo ahora es diferente.

Lo importante no es arreglarse o no arreglarse. Lo importante es encontrarse bien con una misma. Y ahí sí se puede establecer una línea roja. Cuando dejas de cuidar tu imagen porque estás agotada, por la sobrecarga mental, porque tu estado de ánimo está muy bajo… entonces sí hay que buscar soluciones. Si no es el caso, tu imagen puede haber cambiado porque tú ya no eres la misma, ni volverás a serlo.  Y no pasa nada.

“Nunca hablaré como mi madre”

Muchas veces hemos repetido alguna frase que nos ha dicho una y otra vez nuestra madre y hemos pensado: “Yo no se la diré a mi hijo”. Pues se la terminas diciendo. ¡Es difícil aprender a morderse la lengua! Por ejemplo, una frase muy repetida es: “¡Cuando seas madre, ya verás!”. Pero esa (aunque haya comprobado que es cierta) no se la diré a mi hija, prefiero que cuando llegue el momento (si llega) se dé cuenta ella misma. Hasta reconocer que hay cosas en las que tu madre tenía razón es parte de la maternidad.

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