El peligro de inculcar pensamientos limitantes en los niños

A veces en nuestro afán por proteger a nuestros hijos, no nos damos cuenta de que limitamos su autonomía personal

Artículo publicado el 18 Ene 2022 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 26 marzo, 2024

«¡No saltes tan alto!», «¡No vayas tan rápido!», «¡No lo hagas tan fuerte!», «¡No lo hagas solo!» «¡Te vas a caer!», «¿No ves que NO PUEDES?» A veces no nos damos cuenta de lo mucho que nuestras palabras pesan en el subconsciente de nuestros hijos cuando les transmitimos pensamientos limitantes.

Y en vez de alentar, desanimamos y acabamos transmitiendo dichos pensamientos. No es nuestra intención, pero la forma en la que hablamos a los demás tiene un efecto más poderoso de lo que imaginamos.

Sobre temores reprimidos, autonomía y bienestar

A todas las personas que tenemos peques nos da miedo que a nuestros hijos les pase “algo”. Que se atraganten comiendo, que se caigan andando… A mí me da tanto o más miedo que a cualquier padre o madre que mi hijo se lastime. Y para que mis miedos no nos paralicen a ambos, me veo obligada a reprimir mi temor constantemente.

Cualquiera que ame y sea responsable de un niño pequeño sabe que su seguridad y bienestar está por encima de todo lo demás. Pero a veces, aunque con buena intención, nos pasamos… y nos vamos al otro extremo: el de no dejarles hacer prácticamente nada solos por nuestra propia comodidad.

 

 

Cuando tienes un hijo ves peligros por todas partes: ves que las mesas tienen esquinas puntiagudas, que las aceras son estrechas, que los coches circulan demasiado rápido, que los toboganes son demasiado altos… Para mantener a salvo a nuestros cachorros, lo más fácil es prohibir. Pero lo más fácil para nosotros no siempre es lo mejor para ellos…

Autonomía y responsabilidad

Cuando mi hijo era más pequeño y paseábamos por la calle, a veces él no quería darme la mano y prefería ir por libre. Esto no era siempre posible. Sobre todo si atravesábamos una zona de mucho tráfico o una calle muy concurrida, ya que es fácil perder a un niño pequeño de vista entre las piernas de los transeúntes.

Pero si se podía, y yo veía que no había peligro, le dejaba con la condición de que se mantenga a mi alcance. Aún ahora, si vamos juntos a un sitio que él ya conoce, como la panadería, le gusta ir un par de metros por delante indicándome el camino. Se mantiene siempre cerca de mí y se da muchas veces la vuelta para ver si le sigo. Y sabe (porque se lo repetía siempre que salíamos desde que comenzó a andar) que no puede cruzar solo las calles, ni pasar por delante de las puertas de los garajes. Así que en estos casos, se detiene antes.

 

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Nuestro paseo por la calle es un ejercicio de mutua confianza y responsabilidad. Confianza de mí en él, porque confío en que haga lo correcto, lo que se le ha enseñado. Y de él en mí, porque sabe que estaré cerca, acompañándole siempre. Inculcar autonomía y dar espacio para que sean independientes y capaces, es vital para el desarrollo de los niños. Y sin autonomía, es imposible “testar” la responsabilidad de nuestros hijos.

Cuidar o sobreproteger

A veces, durante el baño, mi hijo quiere lavarse él solo la cabeza. No se la lava todavía muy bien (y se la aclara aún peor) pero sé lo importante que es para él sentirse capaz de hacerlo, lo orgulloso que se siente demostrándome (y demostrándose a sí mismo) que es capaz.Así que le dejo, porque no importa si un día salimos del baño con peores pelos que como entramos. Hay otras cosas más importantes.

Todo esto ha sido un proceso (confieso que más costoso para mí que para él). Ambos hemos ido acostumbrándonos a desligarnos un poquito el uno del otro. Y la experiencia me ha demostrado que cuando yo soy capaz de aceptar que hay cosas que ya puede hacer él por sí mismo, él acepta mejor la ayuda en aquellas que todavía no puede o debe hacer solo.

 

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Cuidar a los niños es una obligación de los adultos, pero sobreprotegerles puede resultar tan perjudicial para su desarrollo físico, cognitivo y emocional como desentendernos de ellos. Según la experta en Disciplina Positiva y Educación Infantil, Silvia Guijarro.

Por eso evito decir cosas como «no puedes hacer eso»«ya te lo advertí». Porque quiero que mi hijo sienta y haga siempre con confianza y seguridad. Muchas veces no nos damos cuenta pero tendemos a desalentar a los niños en lugar de prestarles apoyo e infundirles confianza. Y a menudo la única diferencia está en cómo les decimos las cosas.

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Sobre el efecto Pigmalión y las profecías autocumplidas

Tanto en psicología como en pedagogía, se denomina “Efecto Pigmalion” a la creencia de que el desánimo y/o el estímulo de una persona es capaz de influir en el rendimiento de otra. El efecto debe su nombre al mito griego de Pigmalión, un rey que se enamoró de una estatua que él mismo había tallado y a la que Afrodita decidió dar vida para hacer feliz al monarca enamorado. En este caso, el deseo de Pigmalión fue tan grande que consiguió que la piedra cobrara vida.

Pero también funciona en sentido opuesto. Está demostrado que la confianza que los demás depositan en nosotros resulta determinante a la hora de alcanzar nuestras metas. El efecto Pigmalión es fruto de estudio para los profesionales del ámbito educativo, laboral, social y familiar. Y se identifica con la fuerza que nos dan nuestras creencias a la hora de conseguir nuestros propósitos.

 

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Los investigadores Rosenthal y Jacobson decían que «las expectativas y previsiones de los profesores sobre la forma en que de alguna manera se conducirían los alumnos, determinan precisamente las conductas que los profesores esperaban». En la misma línea argumental se sitúa la profecía autocumplida, una expectativa que incita a las personas a actuar de manera que hacen que la expectativa se vuelva cierta. O dicho de otra forma: si siempre que corren, saltan o trepan les decimos a los niños que se van a caer, lo más seguro es que se caigan.

Dejarles crecer y probarse a sí mismos

Los niños aprenden por imitación. Observan a sus padres y reproducen los roles que ven que ellos desempeñan. Así que no es raro que traten de hacer lo que nos ven a nosotros incluso mucho antes de estar siquiera preparados para ello… Cada niño es un mundo y cada uno escoge el momento en que se siente preparado para pasar a la siguiente etapa. Esto sucede al comenzar a tomar sólidos, gatear, andar o dejar el pañal. También cosas menos evidentes, como manejar un tenedor por sí mismos, ponerse los zapatos o dormir solos.

A veces es un engorro esperar a que un niño haga solo y bien las cosas. Lo sé perfectamente porque soy madre, y vivo en el mismo mundo que todos los demás. Vivimos muy deprisa y siempre llegamos tarde a alguna parte. Pero debemos procurar que nuestras prisas no les estresen a ellos. Y, sobre todo al principio, armarnos de comprensión y empatía.

 

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Los niños necesitan grandes dosis de tiempo y paciencia porque las cosas no salen a la primera y necesitan tomarse su tiempo, así como estar relajados y concentrados para poder hacer bien lo que están haciendo. Pero si en lugar de dejarles les quitamos de la mano el cepillo del pelo, el de los dientes o los zapatos, nunca serán capaces de alcanzar sus propios hitos.

Hay toda una serie de tareas que pueden hacer los niños en función de su edad y que podemos asignar a los niños para enseñarles a ser autónomos y asignarles responsabilidades. ¡Algunas tan sencillas como pulsar el botón del ascensor o el de la puerta!

Evidentemente, los peques necesitan supervisión y ayuda constantes, y también hay normas que son necesarias y deben ser cumplidas (en el caso de la cocina, por ejemplo: nunca entrar solo, no jugar con los fuegos, no coger los cuchillos, no acercarse al horno cuando está funcionando, etc.) pero lo mejor para su desarrollo es que comiencen a hacer solos todo aquello para lo que ya son capaces. Con su madre o su padre al lado, observando siempre pero interviniendo solo cuando es necesario.

 

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Por supuesto, cuando los niños son muy pequeños hay veces que no les apetece hacer solos las cosas aunque sean perfectamente capaces de hacerlas. Tampoco consiste en hacerles sentir abandonados o forzados a hacer algo que no les apetece en absoluto. Entre esto e impedirles hacer la mayoría de las cosas que tienen ganas de probar, hay todo un mundo de infinitas posibilidades.

Alentar en lugar de meter miedo, ayudar en lugar de prohibir

Creo que es importante alentar a los niños para que alcancen sus metas, de la misma manera que lo es dejarles enfrentarse a la frustración para aprender a gestionarla. También considero importante transmitirles la idea de que no pasa nada si no les sale a la primera. Ni siquiera si no les sale perfecto.

Lo importante es que disfruten haciendo las cosas por sí mismos y sigan intentándolo. Creo que este es el factor fundamental que en el futuro establece las diferencias entre un adulto independiente (que puede hacer las cosas por sí mismo) y un adulto autónomo (el que además disfruta haciéndolas).

 

 

Hay muchas cosas que los niños pequeños pueden empezar a hacer por sí mismos, igual que hay muchas otras que no deben intentar hacer todavía. Buscar el equilibrio puede resultar difícil en ocasiones, pero la sensatez y el sentido común son nuestros mejores aliados para conseguirlo. Si os apetece ahondar más sobre este concepto, os recomiendo el libro de Gever Tulley y Julie Spiegler: 50 cosas peligrosas que deberías dejar hacer a tus hijos.

Libertad, no libertinaje

Mucha gente me pregunta sobre los límites cuando defiendo la educación en autonomía. Los límites siguen siendo necesarios, claro. Me refiero a los límites que nos toca establecer a nosotros, porque hay otros que tienen que establecer ellos. De la misma manera que no es muy positivo prohibir demasiadas veces demasiadas cosas, tampoco lo es alentar o forzar a un niño a hacer algo para lo que aún no está preparado.

No podemos quitarles los manguitos y dejar que se lancen de cabeza a la piscina solo porque quieran, si aún no saben nadar; porque las consecuencias de sus actos en este caso sí serían altamente peligrosas para ellos. Pero tal vez lo que sí podemos hacer es darles la mano y enseñarles a usar las escaleras para entrar y salir del agua sin peligro. Y cuando estén preparados, les podemos enseñar a nadar, para que no dependan de nosotros.

 

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Sé que esto puede resultar confuso, pero en realidad los padres conocen bien a sus hijos. Evidentemente, no podemos dejar un cuchillo (aunque sea de plástico) en manos de un niño demasiado inmaduro o inquieto. Ni dejarles que se asomen a la ventana o se queden solos en el cuarto de baño o la cocina.

No se trata de que los niños hagan todo lo que desean, sino procurarles un entorno seguro y adecuado para que se desenvuelvan en él lo mejor posible en su día a día y, de esta manera, cada vez vayan siendo más autónomos y capaces.

Límites sí, pero con respeto

Como regla general, yo intento aplicar la máxima de “seguir al niño” de María Montessori e intervenir en los casos en los que hay peligro, que suelen ser tres:

  • Cuando el niño hace algo que pone en peligro su bienestar o integridad.
  • Cuando hace algo que puede hacer daño a los demás.
  • Cuando daña o maltrata las cosas (está bien que sean creativos, pero a veces el uso inadecuado de los materiales conlleva su deterioro y es necesario enseñares a cuidar las cosas y a no hacer un mal uso de ellas).

 

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Por poner algunos ejemplos, para mí unos límites claros y coherentes fuera de casa serían:

  • En el parque: aprender a esperar el turno, no lanzarse por el tobogán si el niño anterior aún no se ha bajado, no echar a correr sin esperar a mamá, no salir nunca del área de juegos infantil, separarse o irse a jugar aprovechando que mamá está distraída sacando la merienda, etc.
  • Por la calle hay que ser muy repetitivo (y salir corriendo detrás de ellos muuuuuuchas veces) hasta que interioricen que no pueden ir corriendo ni cruzar la calle solos, que no deben separarse de sus padres o del adulto que les acompañe (el abuelo, los tíos…), que no deben acercarse a acariciar animales que no conocen y por tanto no saben cómo van a reaccionar, etc.

En casa también hay que tomar muchas precauciones y adaptar los ambientes a su seguridad (muebles fijos a las paredes, puertas y ventanas con mecanismos de seguridad y/o barrotes en el caso de estas últimas, barreras infantiles en las escaleras si las hubiera, etc.), así como establecer normas específicas para el baño, la cocina y la terraza o el jardín.

 

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Si os dais cuenta, todos estos límites son necesarios para su seguridad pero no vulneran para nada su autonomía. De más está decir que los niños son nuestro tesoro más preciado. Por este motivo, durante su primera infancia, deben estar siempre bajo nuestra supervisión o la de un adulto responsable y capaz.

Pero “acompañar” no es lo mismo que hacer las cosas por ellos, ni educar significa tener que estar prohibiéndoles algo a cada paso. Tal vez sea más complicado, pero lo ideal es buscar soluciones que den respuesta a sus necesidades y las nuestras. 

 

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