Los espasmos del bebé: Una señal de que algo va mal

Aunque no son muy frecuentes y suelen desaparecer con el tiempo, los espasmos infantiles pueden indicar que algo no va bien

Artículo publicado el 20 Sep 2020 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 9 octubre, 2022

Los espasmos del bebé a veces son difíciles de apreciar, duran pocos segundos (aunque suelen reproducirse en intervalos) pero cuando el bebé los tiene y se producen de forma repentina, sin un motivo, se nos debería encender una alarma porque pueden ser señal de que algo no va bien a nivel neurológico.

Afortunadamente no es un problema muy extendido (se calcula que afecta a alrededor de 1 de cada 4.000 – 6.000 niños) pero sí puede derivar en una afección grave, así que la detección precoz de esta anomalía es fundamental. Vamos a ver qué son los espasmos del bebé y qué los produce.

¿Qué son los espasmos del bebé?

Un espasmo es una contracción involuntaria y brusca de las fibras musculares. En el caso de los espasmos del bebé, estos hacen referencia a un trastorno convulsivo que hace que los músculos de los brazos y las piernas se pongan rígidos y la cabeza del bebé se desplace principalmente hacia adelante, como si estuviera asintiendo.

A veces parece que el bebé se sobresalta. Pueden venir acompañados de otras señales como una respiración más lenta o más rápida, igual que los latidos cardíacos, sudor o enrojecimiento o palidez en el rostro del bebé. Los espasmos infantiles suelen durar pocos segundos pero se presentan en grupo y en el 90% de los casos esta crisis aparece antes del primer año, principalmente entre el cuarto y el séptimo mes.

 

 

Solo en un 10% de los casos se experimentan antes del tercer mes y suelen ser sintomáticos, es decir, que el bebé tiene previamente signos de afección cerebral o responden a una causa conocida. Los espasmos suelen desaparecer cuando el niño cumple 4 o 5 años, aunque muchos pueden sufrir epilepsia y desarrollar una discapacidad intelectual o del desarrollo.

Hay otros espasmos que no tienen nada que ver con estos descritos, sino que se producen por otras circunstancias reconocibles. Existen los espasmos del llanto (episodios donde el niño deja bruscamente de respirar, generalmente después de un estímulo que en condiciones normales desencadenaría el llanto: un golpe, un berrinche…) y las convulsiones febriles (una serie de movimientos anormales acompañados de pérdida de consciencia, que se producen cuando el niño tiene fiebre, de ahí su nombre).

El Síndrome de West

Los espasmos del bebé se conocen como síndrome de West, que es una encefalopatía epiléptica que suele venir acompañada (además de por las convulsiones), de retraso psicomotor y alteraciones del electroencefalograma (aunque puede faltar alguno de los tres aspectos).

El nombre hace referencia al médico inglés William James West (siglo XIX), que los descubrió por primera vez en su hija. Por desgracia, es una anomalía grave que provoca la muerte en el 5% de los casos. Por lo general, este síndrome es consecuencia de una enfermedad o trauma que puede ocurrir antes o después del nacimiento.

 

 

Las causas más habituales son anomalías genéticas o cromosómicas, tumores cerebrales, infección cerebral, herida o lesión en el nacimiento o problemas con el desarrollo del cerebro durante la gestación. En casos raros, los espasmos infantiles de un lactante se deben a una deficiencia en la vitamina B6.

Aún no se sabe exactamente por qué se producen, aunque sí que todos estos factores provocan una actividad caótica en las ondas cerebrales que desembocan en espasmos frecuentes.

¿Cómo reconocer los espasmos infantiles?

Los espasmos infantiles suelen durar uno o dos segundos pero, como se apuntó antes, suelen darse en serie (intervalos de 5 a 10 segundos) y en varios episodios al día. Se pueden presentar en cualquier momento, aunque son más comunes cuando el pequeño se despierta. Pocas veces los sufrirá durmiendo.

Durante los espasmos, el cuerpo del bebé se pone rígido. En la mayoría de casos se realizan en flexión: es decir, la cabeza y el tronco se flexionan hacia adelante y los brazos se entrecruzan sobre el pecho y las piernas también se flexionan. Los miembros superiores e inferiores también se pueden extender, separándose en forma de cruz.

 

 

En otras ocasiones las convulsiones pueden pasar más desapercibidas: unos ojos que se van hacia atrás, sacudidas de cabeza, breve contracción de la musculatura abdominal o la elevación de hombros, entre otras.

Pero, por lo general, un mismo niño puede presentar espasmos mixtos y/o varios tipos de espasmos. Poco después aparecen otros cambios en el bebé: pérdida de logros del desarrollo ya aprendidos (como voltearse o gatear); pérdida de la sonrisa y poca interacción social, mayor irritabilidad o silencio. Además, pueden presentar alteraciones del electroencefalograma (enlentecimiento y desorganización de la actividad eléctrica cerebral).

La importancia de la detección precoz

Como ocurre con otras anomalías, es muy importante que los espasmos infantiles se diagnostiquen de manera temprana. Ante cualquier síntoma, hay que hablar con el pediatra de inmediato. Este decidirá los pasos a seguir. Grabar un vídeo de esos espasmos y enseñárselos al profesional sanitario, puede ser una buena forma de ayudarle a la hora de analizar qué le ocurre a nuestro hijo.

 

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Si el pediatra sospecha que el bebé sufre espasmos infantiles, lo habitual es que lo envíe a neurología pediátrica para que haga las pruebas pertinentes. Estas son diversas. Pueden ir desde un simple análisis de sangre y orina; a un electroencefalograma u otras técnicas de diagnóstico por imagen, como un TAC. En algunas ocasiones, el pequeño debe ser hospitalizado para su monitorización.

Los espasmos infantiles se suelen tratar con medicamentos anticonvulsivos, esteroides y vigabatrina (que es un agente antiepiléptico). El objetivo principal es reducir o eliminar las convulsiones y mejorar la calidad de vida de estos pequeños. Si se detecta a edad temprana y la causa no es irreversible, un 10% de los pacientes puede recuperar una vida normal.

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