Los gritos empeoran los problemas de conducta infantil

Las consecuencias psicológicas de los gritos son muy similares a las del castigo físico y a largo plazo empeoran las conductas

Artículo publicado el 23 Feb 2022 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 3 abril, 2024

Gritar suele ser una de las formas más frecuentes de gestionar algunas emociones como la frustración o la ira. Puede ser normal que se nos escape un grito si nos damos un golpe, por ejemplo; pero gritar por sistema como forma de gestionar las situaciones de la crianza no solo no es efectivo, también es cruel. Hoy os damos los motivos para evitar gritar a los hijos.

Razones para evitar gritar a los hijos

Los gritos no dejan de ser una forma de violencia. Tendemos a identificar con claridad las formas físicas de violencia, pero hay formas que pueden pasar más inadvertidas porque las tenemos más normalizadas y, sin embargo, sus consecuencias pueden ser igual de nefastas.

De hecho, a nadie (o a casi nadie) se le ocurriría ver como algo normal gritarle a tu jefa o a tu compañero de trabajo, ni a tu vecina ni al cajero del supermercado. Sin embargo, cuando se trata de niños y niñas, especialmente cuando son nuestros/as hijos/as, la cosa cambia. Y lo único que cambia es que nos sentimos con derecho a hacerlo. Probablemente, porque es un tipo de trato que también recibimos durante nuestra infancia y, por lo tanto, hemos interiorizado que es normal o aceptable.

También suele utilizarse como justificación el hecho de que a las niñas y a los niños tenemos que educarlas/os, que están aprendiendo. Pero por esa regla de tres también deberíamos gritarle al personal laboral que está aprendiendo a desarrollar una nueva tarea que aún no controla o tendríamos que aceptar que nos grite nuestro jefe cuando hacemos algo mal en nuestro puesto de trabajo. Y nada más lejos de la realidad. El hecho de que quien te grita sea una persona que está en una posición de poder con respecto a ti, como en el caso de la jerarquía de una empresa por ejemplo, solo agrava aún más la situación, convirtiéndola en abuso.

Y exactamente lo mismo sucede en el caso de nuestros hijos e hijas. Su posición de vulnerabilidad y dependencia absoluta con respecto a nosotros/as hace que gritarles sea un comportamiento absolutamente abusivo.

No se trata de torturarnos por haber elevado alguna vez la voz en casa. Somos seres humanos y, la mayoría, tuvimos una educación emocional escasa, cuando no directamente nula. Pero es fundamental tomar conciencia de lo que implican los gritos en la educación de nuestras hijas e hijos para trabajar en este aspecto.

 

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10 Razones para evitar gritar a los hijos

Además de no ser respetuoso, gritar tampoco es efectivo para la educación. Generalmente, a largo plazo, las dificultades aumentan y las conductas que queríamos mejorar, empeoran. Así que, si aún seguís dudando sobre la conveniencia de usar los gritos para educar, aquí van 10 razones para evitar gritar a los hijos.

1. Los gritos producen miedo y estrés

Cuando gritamos a nuestros/as hijos/as, el miedo y el estrés se activan y ponen su cerebro en modo “peligro”. En esta situación, nuestro cuerpo se prepara para pelear o huir del peligro y se “desactivan” otras zonas del cerebro que son las que permiten el aprendizaje y la reflexión.

Es, por lo tanto, imposible que se produzca ningún tipo de aprendizaje en estas circunstancias. Pero, más allá de la importancia de conocer el funcionamiento cerebral y la respuesta que se produce en situaciones de miedo o estrés, el simple hecho de saber que van a sentir miedo de nosotros/as debería bastar para evitar los gritos. El miedo no debería estar presente en la relación entre madres/padres e hijas/os.

Los gritos empeoran los problemas de conducta infantil

2. Perdemos la “autoridad” como figuras de referencia

Se supone que somos líderes de la familia. Esa autoridad es innata al cargo de padre/madre. Sin embargo, perder los nervios y dejarnos llevar solo demuestra nuestra falta de capacidad para mantener el control de la situación y es difícil aceptar como líder a alguien que pierde los papeles con frecuencia.

3. Somos ejemplo de regulación emocional

Aprender a gestionar las emociones sin negarlas ni minimizarlas y, al mismo tiempo, sin herir a nadie requiere entrenamiento; pero, si queremos que nuestras hijas e hijos tengan una educación emocional saludable, nuestro ejemplo de regulación emocional debe ser la base. La Disciplina Positiva nos ofrece el tiempo fuera positivo como herramienta de autorregulación emocional y nuestro ejemplo en este sentido será fundamental.

 

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4. El abuso de poder también se aprende

No nos engañemos. Si gritamos a nuestros hijos e hijas y no hacemos lo mismo con otras personas adultas de nuestro entorno es porque nos sentimos con derecho a hacerlo. Durante siglos, en numerosas sociedades, quienes ejercían el poder abusaban de su autoridad y daban un trato injusto y humillante a quienes estaban por debajo. Por eso entender la educación desde las relaciones horizontales es tan importante.

Si nuestros/as hijos/as aprenden que se puede gritar y humillar a quienes son más pequeños/as o a quienes están a nuestro cargo, no debemos extrañarnos si después desarrollan actitudes abusivas con sus hermanos/as o primos/as pequeños/as o incluso si ese trato se vuelve contra nosotros/as durante la adolescencia, cuando se sientan menos vulnerables.

5. Los gritos merman su autoestima

Si quien debe cuidarte y protegerte pierde la paciencia contigo con frecuencia y te grita, el mensaje que te llega es que ese es el trato que mereces. Es difícil construir una buena autoestima en una etapa tan sensible como la infancia con un trato tan negativo.

Los gritos empeoran los problemas de conducta infantil

6. A más gritos, menos escucha

Cuando gritamos, ya sea por miedo o por estrés, sus cerebros se “desconectan” de lo que les estamos diciendo y la comunicación no es efectiva. Además, a la larga, esa desconexión les llevará a perder la confianza en nosotros/as y no querrán contarnos sus cosas. Es lógico. Nosotros/as tampoco buscamos a personas que nos tratan así para contarles nuestros problemas.

7. Los gritos nos alejan emocionalmente

Esa desconexión también es emocional. No nos sentimos cerca de quienes nos gritan. El sentimiento es de injusticia, de abuso, de falta de pertenencia… y desde esa distancia emocional es difícil, por no decir imposible, construir una relación de confianza.

8. Las conductas, a largo plazo, empeoran

No solo es que no aprendan nada cuando les gritamos. Es que además es bastante probable que, a la larga, se sientan tan heridos/as que sientan la necesidad de vengarse y devolvernos ese dolor y esa falta de comprensión intensificando aún más aquellas conductas que nos resultan molestas o incómodas.

 

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9. Gritar es una forma de maltrato y sus consecuencias son similares a las del castigo físico

Según un estudio de la Sociedad para la investigación del desarrollo de la infancia (Society for Research in Child Development) las consecuencias psicológicas de los gritos son muy similares a las del castigo físico.

10. A nadie le gusta que le griten

Si todo lo anterior no es suficiente, la simple máxima de “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” podría servirnos como motivo más que suficiente para evitar gritar a nuestros hijos y a nuestras hijas.

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