Móvil y adolescentes: Cómo regular su uso y llegar a acuerdos entre [p]madres e hijos/as

El 70% de los menores con smartphone no los apagan antes de dormir; el 52% no pide permiso para descargar una aplicación y un 83% accede a redes sociales

Artículo publicado el 23 May 202 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 23 marzo, 2023

No lo vi venir. Lo reconozco. Andaba yo inmersa en mis quehaceres de madre imperfecta y me dio de lleno. Y, fíjense, que he intentado anticiparme a todas las etapas del desarrollo de mis hijos para que me pillaran con actitud de “pasad, os estaba esperando”. Pero esto… esto no venía en internet. ¿Qué pasa cuando te tienes que plantear regular el uso del móvil para adolescentes?

Me había estudiado todos los signos de la llegada de la pubertad. Hasta el olor corporal. Pero faltaba uno. Quizá el más importante: ese día en el que tu hijo mayor te mira fijamente y, con voz de notario, te dice: “mamá, necesito un móvil”. Y pienso: ¿cuándo se ha venido este señor a vivir con nosotros?

Pero que te mira como si la cosa fuera un duelo al sol. A sus hermanos pequeños solo les faltó el cuenco de palomitas y la libreta de tomar apuntes.

Pues bien, después de explicarle amorosamente todas y cada una de las razones por las que no necesitaba un móvil… le regalaron uno. No entro en detalles. Solo diré que elijo mis batallas.

Móvil y adolescentes

Dicen las estadísticas que sólo el 15% de los adolescentes no tienen móvil. Y, una vez que ha llegado el día D y que el bicho ya está en casa, te planteas qué, cómo, cuánto, cuándo y dónde. Ríete de las dudas con las tomas, con el sueño, con las rabietas y con la elección de colegio. Esta es la madre de todas las batallas.

 

¿A qué edad le compro su primer móvil?

 

Lo primero, miras el móvil con cara de póker para que no te huela el miedo y buscas en el tuyo por debajo de la mesa: edad primer móvil, consejos gestionar móvil hijos, quitar móvil hijos, bajarse de la vida, trucos para que no crezcan. La información es poder.

Así que, como madre primitecnológica me he leído todos los contratos de uso serios, los graciosos y los consejos de colegas psicólogos con los que no puedo estar más de acuerdo… si no fuera porque ahora el que tengo que gobernar es el mío y me veo abocada al donde dije digo, digo Diego.

Porque mi hijo no viene en Google. Para bien o para mal. Así que, saco balanza y empiezo a sopesar si las pautas que leo son realistas para mi caso y para mi casa. Y decido quedarme con la gama de los grises. Igual que mi armario.

Así que me digo: vamos a organizarnos con la información que tenemos.

Y la información de partida es muy reveladora:

Según el estudio “Menores de Edad y Conectividad Móvil en España”, solo el 30% de los niños y adolescentes entre 11 y 14 años con smartphones los apagan antes de dormir; el 52% nunca pide permiso para descargar una aplicación y hasta un 83% de adolescentes de 13 y 14 años acceden a redes sociales.

 

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El derecho a la intimidad y el ejercicio de la patria potestad

Con estos datos, y para poder tomarme las cosas con humor, primero me voy a tener que poner seria. Porque leo uno de los contratos que se ha hecho viral en los últimos días y me genera algunas reflexiones. En el contrato, redactado por un padre que es juez, figuran normas como “en cualquier momento podemos pedirte el teléfono y ver lo que hay en cualquier aplicación y tenemos que conocer las contraseñas”. La cuestión es qué debe primar, el derecho a la intimidad o el ejercicio de la patria potestad.

 

En previsión de que mi hija, de 12 años, consiga su propósito (tener teléfono; aún está por ver), y dado su apego a las normas (bien por ella), mi mujer y yo estamos elaborando este contrato de adhesión, totalmente leonino. A ver qué os parece y si creéis que se nos olvida algo. pic.twitter.com/NAO593iqBr

— Judge the Zipper 💚💙 (@JudgeTheZipper) May 8, 2022

La Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor dice:

“Los menores tienen derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen. Este derecho comprende la inviolabilidad del domicilio familiar y de la correspondencia, así como del secreto de las comunicaciones”

Y añade:

“Los padres o tutores y los poderes públicos respetarán estos derechos y los protegerán frente a posibles ataques de terceros”

 

 

Pero, por otro lado, la patria potestad se ejerce en interés de los/as hijos/as de acuerdo con su personalidad y con respeto a sus derechos, su integridad física y mental. Así, debemos velar por ellos y procurarles una formación integral.

Una madre baña a su hijo, y, aunque técnicamente es algo que parece ir contra el derecho a la intimidad del menor, todo el mundo entiende que no solo es algo que pueda hacer, sino que DEBE hacer para mantener el cuidado de su hijo y persiguiendo el interés del pequeño.

— P. Duchement🍏 (@PDuchement) May 9, 2022

Siguiendo el hilo de este último tweet de P. Duchement, profesor, perito judicial informático y escritor, dice:
“Yo siempre hablo de inmersión progresiva. En general, las leyes (sí, las nuestras. Pero también las directrices europeas) y los expertos están de acuerdo en que un menor no puede gestionar solo sus datos personales hasta los 14 (cuentas en RRSS) y no debe tener acceso a herramientas que permitan chat con desconocidos (RRSS que no desactiven la opción y WhatsApp específicamente) sin compañía hasta los 16 años.
Esto no quiere decir que no puedan usar esas funciones. Quiere decir que no deben hacerlo sin compañía de un adulto. Por eso, mi propuesta va dando autonomía al peque a medida que van aprendiendo con criterio, acompañados por sus tutores hasta que van dejando de necesitarlos (y alcanzando los mínimos de edad estipulados en las normativas)”

Y aquí viene el montón de dudas entre garantizar su derecho a la intimidad y asegurarnos su bienestar frente a las amenazas que pueden estar detrás de un smartphone. Sospecho que hay que tirar de sentido común para equilibrar la balanza y poder solucionar con humor.

 

Móvil y adolescentes: Pautas de uso responsable

 

Para ejercer una [p]maternidad responsable, no todo es negociable

Yo, que soy muy de simplificar porque si no me amontono, he conseguido simplificar cualquier cuestión relacionada con la crianza a tres opciones: hay cosas que se pueden elegir, cosas que son negociables y cosas impepinables.

En el cajón de las cosas impepinables que no se negocian estarían el móvil fuera de la habitación por la noche, fuera de la mesa mientras se come y fuera del escritorio mientras se estudia.

Lo demás, en el cajón de lo que se puede negociar y de lo que se puede elegir. Continúa el baile. Y bailamos con el móvil y con el ordenador y su conexión a internet pertinente.

Y, en este punto de mi vida en el que pensaba que lo peor era sobrevivir a los grupos de WhatsApp del colegio (que ya os digo desde aquí que se van diluyendo en el tiempo a medida que los churumbeles escalan puestos en la educación primaria), inauguro un nuevo tipo de madre ahora que está tan de moda clasificarlo todo: soy la madre suricata.

La madre suricata es esa madre que confía en sus hijos pero que sale de la madriguera tiesa como una vela y con los ojos como platos cada vez que sospecha de algo.

 

 

Y así, tras advertir al mozalbete de los peligros que puede encontrar, le dije: “Confío en ti. Sabrás hacer un buen uso”.

Y le entregué el móvil con una palmadita en la espalda como si le fuera a enviar a las cruzadas. Y, en ese momento, me di cuenta de que tengo que instalarme la extensión adolescente 3.0. Y, oigan, que me dio hasta pena.

Móvil y adolescentes: Pautas de uso responsable, comunicación y confianza mutua

El caso es que lleva varios meses con el móvil y ha ocurrido lo siguiente:

Lo mantiene apagado mientras está en clase, pero a la salida me manda un WhatsApp para decirme que va marchando para casa. Tengo que reconocer que esto a mí me aporta tranquilidad y a él autonomía. Todos contentos.

Cuando estudia no lo utiliza, aunque reconozco que antes de ponerse a hacer los deberes tengo que decirle que deje de jugar porque, sí, dije que no quería juegos en el móvil, pero, qué quieren que les diga, es bueno negociando. Eso sí, pide permiso para descargar aplicaciones y pregunta la edad recomendada de cada una de ellas. Nada de redes sociales excepto WhatsApp con los contactos de su agenda (que no llegan a 12).

Y, con el ordenador, más de lo mismo: confío y espío, eso sí, desde lejos. Vamos a decir que superviso porque, los contratos en los que los padres pueden fiscalizar el móvil no me terminan de convencer. Me gusta que mi hijo tenga su intimidad. Como la teníamos nosotros cuando quedábamos con los amigos a comer pipas en un banco. ¿Quién hubiera querido tener sentada a su madre al lado para ver qué nos contábamos?

 

móvil y tablet

 

Ahora bien, esto supone haber construido antes un clima de confianza mutuo en el que, de momento, me cuenta qué vídeos anime ve, con quién está conectado, etc. Si está hablando con algún amigo y entro en su habitación, me acerco al micrófono, saludo al amigo por su nombre y sigo a lo mío. Todavía no se avergüenza de esas cosas. Ojalá nunca lo haga.

En fin, que a menos que observe algo extraño, he decidido confiar en él y vigilar desde la torre del socorrista siendo consciente de que esto es solo la punta del iceberg y de que el iceberg la puede liar como en el Titanic (ya si ocurre buscaremos una tabla en la que entremos los dos).

Por tanto, comunicación y confianza para que encuentren en nosotros un lugar seguro en caso de peligro, seguimiento y supervisión sin bajar la guardia y, por supuesto, tener en cuenta, más que la edad del adolescente, su grado de madurez.

Y ya me voy yo a gestionar mi pena, que he ido a su habitación a achucharle y le he preguntado:

  • ¿Quieres que me vaya?

Y me ha dicho:

  • Un poco, mamá, un poco.

Pues eso, que me voy un poco.

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