La importancia del lenguaje para educar en igualdad: lo que no quiero que le digas a mis hijos

Con el lenguaje podemos hacer que crezcan en un mundo igualitario.... o todo lo contrario.

Este post se publicó originalmente el 06/07/2019 y ha sido actualizado en fecha 02/10/2024

El lenguaje es mucho más que una forma de expresión. También indica de forma inconsciente nuestra forma de ver y percibir el mundo e interactuar con los demás. Asimismo, es vehículo de pensamiento y valores. A menudo no nos damos cuenta de que la forma en la que hablamos a nuestros hijos es un factor clave para educarles en igualdad… O todo lo contrario.

La importancia del lenguaje para educar en igualdad

Cada día, las familias deben luchar contra los roles socioculturales preestablecidos que, aunque cada vez son menores, aún siguen influyendo en nuestras formas de pensamiento. En este contexto, educar en igualdad sigue siendo una ardua tarea para madres y padres, tanto de niñas como de niños.

Y es que los estereotipos machistas y las desigualdades de género afectan tanto a las niñas como a los niños, y les condicionan a nivel cognitivo y emocional. La forma en la que hablamos a los más pequeños les influye mucho más de lo que podemos imaginar…

 

 

Por eso es importante que hagamos una labor de autocrítica y concienciación, que nos reeduquemos para poder educarles a ellos mejor. Porque la forma en la que hoy hablamos a nuestros hijos e hijas les condiciona en su posterior desarrollo como adultos, y en la forma en la que se relacionarán con otras personas en el futuro.

Aprender a identificar los micromachismos inherentes a nuestra forma de expresarnos es el primer paso para erradicarlos de la educación y el desarrollo de nuestros hijos.

Lo que no quiero que les digas a mis hijos/hijas

Muchísimas veces nos dirigimos a los niños con frases hechas, expresiones manidas y tópicos que suelen utilizarse sin pensar, pero que van dejando huella en el subconsciente cognitivo y emocional de los pequeños. Evidentemente, no podemos controlar todo lo que les dicen los demás, ni impedir que nuestras hijas se relacionen con el resto del mundo.

Pero lo que sí podemos hacer es controlar nuestra propia forma de dirigirnos a ellas y reaccionar de forma adecuada, replicando con amabilidad y educación cuando alguien se dirige a nuestras hijas para hablarles o tratarles de forma que consideremos incorrecta o inadecuada.

 

 

La forma en la que nosotros demos ejemplo a nuestros hijos puede marcar por completo la diferencia. A continuación os enumeramos algunas de las frases más inapropiadas para educar en igualdad a niñas y niños, y cómo reaccionar ante ellas cuando se pronuncian en nuestra presencia (y la de nuestros pequeños).

“Es tan guapo que parece una niña”

La belleza no es un atributo exclusivo de las niñas o de las mujeres. Los chicos pueden ser tan guapos como las chicas. Pero incluso en el caso en el que lo sean, resaltar esta característica (que depende por completo de la suerte y la genética) por encima de otras cualidades (como el carácter, la personalidad, los intereses personales o las habilidades específicas de cada individuo) predispone inconscientemente a los niños para desear agradar encajando en determinados estereotipos físicos que, a menudo, cambian según la moda vigente en cada cultura y sociedad.

No es que no podamos decirle nunca a un niño un piropo, pero podemos equilibrar dando el mismo peso a otro tipo de halagos, como cuánto se esfuerza cuando practica determinado deporte, lo bueno que es en matemáticas, lo hábil que es jugando a cierto tipo de juegos o lo interesantes que son sus aficiones.

 

 

Si no conocemos al peque, comenzar una conversación con un niño pequeño es más fácil de lo que parece: podemos preguntarle cuál es su color favorito, cuántos años tiene o qué tipo de cosas le gustan más. Interesarnos por sus aficiones o intereses les enseña a conectar con las personas desde el enfoque adecuado.

Y si alguna vez alguien insiste en dirigirse a él de esta forma, podemos decir amablemente que los niños pueden ser tan guapos como las niñas sin necesidad de que se les compare entre ellos, y continuar explicando que, además de guapo, nuestro pequeño tiene otras muchas cualidades mucho más dignas de consideración, ¡aunque no se aprecien a primera vista!

“Como mamá”

Invitar a una niña pequeña a pintarse las uñas o los labios, a ponerse tacones o llevar collares, fuera del contexto de un juego, y sin que ella haya mostrado previamente ningún tipo de interés por ello, animándola a que se parezca a mamá, es condicionar sus gustos y personalidad.

Mamá es adulta. Ella puede elegir maquillarse o no, llevar el pelo largo o corto, ponerse falda o pantalón, calzar tacones o zapatos planos. Mamá es mayor, y por eso tiene la capacidad de elegir libremente, pero las niñas aún tienen por delante el largo camino del desarrollo personal y merecen elegir por sí mismas de entre todo el amplio abanico de posibilidades que el mundo les ofrece.

A menudo, y sin ser conscientes de ello, tendemos a hipersexualizar a las niñas desde muy pequeñas, animándolas a adoptar poses, actitudes y estéticas para satisfacer los gustos de los demás. Por desgracia, a veces no nos damos cuenta de que toda la información que las niñas reciben durante su desarrollo, resulta clave para su autoestima. Además, mamá tiene muchas cualidades que pueden ser mejor referente que su estética personal…

 

 

Si acostumbramos a las pequeñas a recibir halagos sobre su aspecto o a condicionar este para complacernos, aprenderán a buscar esa gratificación, tratando de adaptarse a los cánones estéticos que, a su parecer, les aseguren el reconocimiento de su entorno.

Además de corregir esta tendencia en nosotros mismos, resulta fundamental que corrijamos delante de las niñas a aquellos adultos que las inviten a comportarse, peinarse o vestirse como adultas, indicándoles que lo mejor es dejar que la pequeña elija por sí misma lo que le gusta, cómo quiere ser y cómo se siente más cómoda a la hora de mostrarse ante los demás.

“Los chicos no lloran”

¡Claro que lloran! Los chicos son seres humanos y todos los humanos son seres pensantes y sintientes. Animar a los niños a ocultar sus emociones (como cuando les decimos que «No pasa nada») es hacerles un flaco favor como niños y “estropear” a los adultos en los que se convertirán el día de mañana.

Enseñar a nuestros hijos a identificar, gestionar y expresar sus emociones es dotarles de una sanísima inteligencia emocional que les convertirá en adultos felices y seguros de sí mismos, mucho más capaces de desarrollar la capacidad de resiliencia y adaptarse de forma positiva a cualquier tipo de suceso y situación ante la que les ponga la vida.

 

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La próxima vez que oigas a alguien decirle a tu hijo que no debe llorar porque es un chico, no tardes mucho en indicarle a esa persona amablemente que los chicos también lloran y que las lágrimas no son motivo de vergüenza para la gente inteligente y sensible.

También puedes aprovechar para explicarle al peque que podemos llorar para expresar muchas emociones y que las lágrimas no siempre indican pena o tristeza. También se puede llorar de alegría, emoción… ¡O incluso de risa!

“Eres una preciosidad, ¡pareces una princesa!”

Los piropos dirigidos a las niñas a menudo se centran exclusivamente en su belleza física, condicionándolas de esta forma para adaptarse a un determinado canon de belleza o generando la peligrosa impresión en ellas de que su estética personal es la clave para encajar en el entorno y gustar, o no, a los demás.

De entre todos los estereotipos femeninos infantiles, hay uno que resulta mucho más manido que los demás: el de princesa. Las princesas parecen ser el estándar y referente sociocultural para referirnos a una mujer femenina, dulce, paciente, decorosa, bonita…

Pero resulta que todas esas “cualidades” resultan tremendamente limitadoras para las niñas que quieren ser futbolistas, científicas, cirujanas o exploradoras, o que simplemente no se sienten a gusto con la imagen de “princesa”.

 

 

Así que la próxima vez que una persona le diga a tu hija que es muy linda, o que es tan guapa que parece una princesa, contesta con educación que las princesas de los cuentos clásicos son muy aburridas y que tu pequeña, además de una cara bonita, es una chica inteligente con muchos y variados intereses. Además, ni todas las princesas son guapas, ni todas las guapas son princesas.

“Cuida de tu madre mientras papá está fuera”

Los niños no tienen la obligación de cuidar de sus madres (¡ni de sus padres!), igual que los hombres no tienen la obligación de cuidar de las mujeres (ni viceversa). Ni siquiera deben sentir la necesidad de preocuparse por ellas. Somos los adultos quienes somos responsables de su bienestar. Una madre es cuidadora de su hijo mientras este sea pequeño, y nunca al revés.

Inculcar en los niños el rol de protectores les hace asumir una carga inmensa, que no corresponde a su edad ni a su grado de madurez. Aunque solo sea una frase hecha, sembrar en ellos el pensamiento de que son responsables del bienestar de sus congéneres femeninas, o que sus madres son personas adultas frágiles y necesitadas de cuidado masculino, es injusto e inapropiado para ambos (tanto para el niño, como para la madre).

La felicidad de una mujer adulta depende solo de sus propias decisiones y de su capacidad de autocuidado. Solo siendo personas completas podemos llegar a ser felices con alguien más. Los niños solo tienen la obligación de ser niños. Su infancia es su derecho y nuestra obligación es protegerla.

 

 

Cuando papá se ausenta por el motivo que sea, la única obligación del niño es pasárselo bien jugando. Del resto de sus necesidades se encarga mamá. Y esto es justo lo que debemos responder cuando oigamos esta frase hecha.

“Esas no son cosas de niñas”

Jugar al fútbol, boxear, mancharse de barro, saltar en los charcos, trepar árboles, columpiarse del revés, dar volteretas, llevar el pelo corto, dirigir un aeroplano o un coche teledirigido, disfrazarse de bombero, jugar a policías y ladrones, ser el “caballero” que lucha contra monstruos con su espada, conducir un vehículo infantil o cazar insectos…

Hay un montón de cosas divertidas e interesantes que tanto a niñas como a niños les encanta hacer ¡y con las que aprenden cantidad de cosas útiles que les servirán de mucho cuando crezcan!

Cuando sean mayores las niñas conducirán, practicarán deporte, estudiarán ciencias… Y, en general, tendrán ambiciones y se pondrán metas que tendrán la valentía suficiente de conseguir a base de su propio esfuerzo personal.

 

 

No hay nada, absolutamente nada, que una niña no pueda hacer debido a su género. Y eso es justo lo que debemos procurar que nos escuchen decir cuando alguien intente convencerlas de lo contrario.

“Pelea como un hombre”

Incitar a los niños a participar en juegos violentos y asociar los mismos a su masculinidad no parece una muy buena idea, ¿cierto? Sin embargo, es una de las frases que más a menudo se escuchan en los juegos entre abuelos y nietos o padres e hijos.

Los chicos no tienen que aprender a pelear para demostrar que son hombres (ni para demostrar o conseguir ninguna otra cosa, en realidad). Debemos tener siempre presente que criamos y educamos personas, no géneros. Para huir de los roles, lo mejor es aprender a detectarlos y combatirlos con coherencia cada vez que los escuchemos.

Solo de esta forma, les daremos a nuestros hijos alas para desarrollar libremente su personalidad sin condicionarles con absurdos estereotipos de género.

 

 

Hacerles saber a los peques que las peleas no son juegos y que tampoco deben emplearse los puños como recurso para resolver las diferencias o conseguir propósitos personales, y proponer el diálogo y los juegos de habilidad o ingenio en lugar de la lucha, es un valor de vida mucho más sano y práctico que fomentar todo lo contrario (sobre esto podéis aprender un montón de recursos y herramientas en el curso de Educación respetuosa y Disciplina positiva).

“Eso es de chicas”

Jugar con muñecas, el color rosa, cocinar o participar en las tareas del hogar son actividades que enseñan habilidades prácticas y dotan de autonomía personal tanto a niñas, como a niños.

Educar en igualdad implica hacer partícipes a niños y niñas de todo tipo de juegos (los juguetes no tienen género), e involucrarles en las tareas cotidianas de la familia, sean estas cuáles sean y en la medida en la que su edad lo permita.

El día de mañana, muchos chicos decidirán ser papás o vivirán solos, y entonces tendrán que ser capaces de llevar un hogar y hacerse ellos mismos la comida. Esto, que parece tan obvio, aún sigue sin serlo para mucha gente que sigue asociando actividades y juegos, según géneros, a los niños o a las niñas.

Para combatir esto, lo primero que debemos hacer es volvernos un poco sordos a los comentarios y críticas de nuestro entorno. A muchas personas educadas a la antigua usanza les choca ver edredones con flores en la habitación de un niño, o ver a una niña vestida con la equipación completa de su equipo de fútbol favorito.

 

 

Como decíamos anteriormente, en una sociedad plenamente igualitaria, mujeres y hombres han de estar igual de capacitados para realizar las mismas tareas, tanto en el ámbito profesional como en el personal.

Esta es la idea que debemos defender siempre ante nuestros hijos y el concepto que debemos sembrar en ellos, para que puedan desarrollarse libremente sin condicionantes exteriores.

“Ese niño se mete contigo porque quiere llamar tu atención”

Ni los chicos demuestran su interés metiéndose con las niñas, ni las chicas invitan a ser conquistadas cuando ignoran intencionadamente a alguien. Enseñarles lo contrario es crear unas bases totalmente equívocas sobre las relaciones personales, sobre las que ellos asentarán después todas sus futuras interacciones como adultos.

En cambio, enseñarles a relacionarse entre sí de forma respetuosa, preocuparse por la gente a la que quieren, mostrar interés por las personas y prestar atención a las diferentes formas de ser de cada uno, independientemente de su género; es una manera saludable de mostrarles cómo funciona la interacción humana.

 

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Jugar con coches o con muñecas, vestir de rosa o azul, expresar sentimientos, jugar con niños y niñas, hacer tareas domésticas o disfrazarse de esto o aquello, no deberían ser comportamientos asociados al género de nuestros hijos. Ellos nacen libres de estereotipos. ¡No les condicionemos nosotros!

Educar en igualdad es la única forma de cambiar el mundo y hacer que nuestros hijos y nuestras hijas vivan una vida plena y feliz en una sociedad más justa, mejor e igualitaria. Y es que siempre es más fácil educar niñas y niños felices, libres y seguros de sí mismos, que corregir a personas adultas malcriadas, emocionalmente inmaduras y llenas de prejuicios.

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2 comentarios en "La importancia del lenguaje para educar en igualdad: lo que no quiero que le digas a mis hijos"

  1. Me parece imprescindible que, en una entrada que habla de la importancia del lenguaje para educar en igualdad, se utilice un lenguaje inclusivo en todo el Post y no solo en los títulos y en algunas frases aisladas como ocurre en esta entrada.
    Un saludo

  2. Buena apreciación. Le daremos un repaso 😉

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