Diario de una madre de juncos (VI): La familia dominguera encalla en el salón del yeti

Nosotros es que somos una familia muy de piso, lo de los fenómenos meteorológicos como que nos queda pelín grande...

Las primeras veces de un bebé son preciosas… Su primer llanto al nacer, su primera mirada, su primera sonrisa, su primera vez en la nieve… Norte de España, Diciembre. Frío a dolor y nieve. Un momento… ¿¡¿¡¿¡Nieve?!?!? Ohhh, yeahhh, NAAAAVIDAD, NAAAAVIDAAAADDDD, a mi niño vamos a forraaaaar.

Hace un par de semanas daban alerta por nieve en el telediario, y lejos de dedicarnos a recopilar víveres (sobre todo dulces y chocolate calentito) y abrazarnos a la calefacción, estábamos emocionados por hacer una escapadita a la montaña y ver todos la nieve en plan familia de esas bucólicas que salen en las fotos que vienen con el marco que compras en el chino de la esquina. Todos muy sonrientes junto a un muñeco de nieve con cara de “mátame ya, por favor”. Espeluznante documento…

Así pues, con toda la ilusión nos levantamos esa mañana, y al mirar por la ventana, allí estaba el fin del mundo. Solo faltaba el ojo en llamas de Sauron y los 400 ejércitos de orcos que tiene en nómina bailando la Macarena. Mi junco hueco interior, ataviado para la ocasión con una calentita batamanta, suspiró resignado… Hoy tocaba jarana fuera de casa. 

¡¡¡NIEVEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE!!! Como Olaf puesto de tripis en un Acuapark, me encontré a marinovio con el niño en brazos dando saltitos por el salón mientras le arrimaba a la cristalera para que viera caer los copos. ¿Los copos? COPÓN, ¡¡qué copones!! Eso parecían cachopos asturianos… Nosotros es que somos una familia muy de piso… Lo de los fenómenos meteorológicos como que nos queda pelín grande, pero le ponemos ilusión para compensar…

Aún así, el espíritu dominguero nos poseyó y, tras una llamadita rápida a los abuelos, decidimos ir todos juntos a ese mágico momento que sería ir por primera vez a la nieve con nuestro cebollito… Tras forrar al niño en aproximadamente un billón cuatrocientas setenta y cinco mil capas, le metimos en el coche y nos fuimos directos a la montaña. Ahí, a lo loco, sin mirar el estado de las carreteras ni ná, total, tenemos todoterreno, ¿que podría salir mal?

¿Vosotros sabéis esa gente que se ve en el telediario que se queda atrapada en mitad de una carretera inhóspita durante una nevada cuando las autoridades han dicho que no se les ocurra ir en plan dominguero a la nieve? Sí, ¿no? ¡Hola, que tal! Somos la familia Domínguez Dominguerez. Efectivamente, esa gente que veis en el telediario y de la cual pensáis “es que hay que ser tontolpijo para ir así por la vida”, esos, esos que salen ahí con cara de “aquí estoy yo porque he llegao”, esos éramos nosotros.

No sé en qué bendito momento se nos ocurrió ir a la nieve en mitad de un temporal, con un coche y un bebé que claramente no debían estar preparados para semejante despliegue de furia navideña… El caso es que ahí estábamos, en una zona con más curvas que el logo de los juegos olímpicos, puerto arriba, puerto abajo. A un lado una pared de roca, y al otro un barranco… A dos por hora, y viendo menos que un muerto boca abajo. Encantador todo, pechiocho.

Cuando llegamos a una zona despejada, ahí que aparcamos y como buenos domingueros, tras salir del coche, pusimos en marcha el protocolo Domínguez: salimos del coche, nos estiramos y dijimos “pos ya hemos llegao”. Cámara en mano, todos emocionados con la nieve.

Según sacamos a cebollito del coche, mi querido tocinito de cielo, retorció el morro, me miró con cara de “aborta misión, madre, que esto no es pa mí” y en cuanto sus pies tocaron el suelo, comenzó el merengue. El llanto se escuchó hasta en la estación espacial internacional.

No sé si fue el buzo, el gorro, la bufanda, los siete bodies, las botas de agua, o el pensar el desastre de familia que le había tocado en esta vida, pero mi hijo dijo que hasta aquí habíamos llegado y que él se piraba de ahí, así fuera en auto stop en el trineo de papá Noel. El junco claramente le daba la razón, desde el coche envuelto en su batamanta, nos juzgaba con la mirada mientras sacudía las ramitas con desaprobación.

Con el susto en el cuerpo, porque no olvidemos que tengo un bebé mandrágora, y el miedo de que sus gritos inhumanos atrajesen un alud o a los mismísimos servicios sociales, decidimos hacer la fotito de rigor y volver al coche, de vuelta a casa, que ya habíamos hecho bastante el gilipuertas.

Y allá que fuimos de nuevo, como los sherpas, puerto pa arriba, puerto pa abajo y más curvas que un anuncio de Biodramina. Al llegar a una curva bastante cerrada, de repente, delante del coche apareció una quitanieves que bien podría haber sido conducida por la reencarnación española de Toretto, en Tokio Drift, invadiendo nuestro carril y echándonos al arcén, encallándonos en un macizo de nieve como el que tira una guinda en un plato de nata. Solo faltó sonar PLOFFFF y las risas enlatadas de fondo.

Como buenamente pudimos, marinovio y yo salimos del coche, dejando al nene con los abuelos… Pies pa qué os quiero… el conductor de la quitanieves bajó cagándose en toda la primera alineación del Real Betis Balompié y diciendo que cómo narices se nos ocurría salir de casa ese día con la que estaba cayendo y con un coche que tenía las mismas ruedas que uno de Playmobil por muy todoterreno que fuese. “Pos tiene usté razón caballero, mira que se lo he dicho yo ya”, dijo el junco hueco interior cruzándose de brazos desde el coche con cara de contrariado.

Marinovio y yo no sabíamos donde meternos de la vergüenza, comenzaron a llegar más coches y se armó ahí un pifostio que parecía aquello una convención de Naciones Unidas… Todos a una a intentar sacar nuestro coche del salón del Yeti en el que nos metimos de lleno…

Tras varios intentos por nuestra parte de mover el todoterreno, que tuvieron el mismo efecto que matar moscas a cañonazos, de algún coche de los allí congregados salió una cadena que el Señor Quita Nieves tuvo a bien atar a la trasera de su cacharrazo y tirar hasta que consiguió remolcar a la familia dominguera al completo con cara de susto y culpabilidad entre aplausos y vítores de los allí presentes, que estaban bastante hasta los golondrinos de esperar a que despejáramos el camino.

Proseguimos el viaje a casa, no sin antes dar las gracias chorrocientas veces y pedir perdón chorrocientas una a toda la audiencia allí congregada… Qué ganitas de llegar y no volver a salir en un mes

Moraleja: la nieve es mucho más cómoda desde la ventana. Y, si te pones, hasta en la tele.

 

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28 mayo, 2022

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