¿Por qué tienen los niños/as de altas capacidades o superdotados el triple de posibilidades de sufrir acoso escolar y cómo podemos evitarlo?

Un reciente estudio de la Universidad Internacional de La Rioja en colaboración con la Universidad del País Vasco ha concluido que los niños y niñas con altas capacidades tienen 3 veces más probabilidades de sufrir acoso escolar.

Pero, vayamos por partes.

En primer lugar, ¿qué entendemos por acoso escolar?

El psicólogo sueco-noruego Olweus definió el acoso escolar como

“una conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un alumno contra otro, al que escoge como víctima de repetidos ataques. Esta acción negativa e intencionada sitúa a la víctima en una posición de la que difícilmente puede salir por sus propios medios“.

En el acoso escolar existen diferentes tipos de roles, siendo los más destacados el de acosador frente al de víctima. Cuando un niño sufre acoso escolar por parte de uno o varios compañeros, a menudo suele traducirse en una serie de efectos negativos entre los que encontramos un descenso de la autoestima, ansiedad e incluso sintomatología depresiva.

Y, ¿qué entendemos por altas capacidades?

Aunque tradicionalmente se ha vinculado el término altas capacidades a aquellas personas cuyo cociente intelectual era igual o superior a 130 puntos en un test de inteligencia, en la actualidad, los especialistas prefieren referirse a los niños y niñas de altas capacidades como aquellos que tienen una capacidad de aprendizaje muy superior y una forma de aprender diferente a los demás niños de su edad. Este cambio de percepción hace que las puntuaciones en los test de inteligencia sean solo un indicador más a tener en cuenta junto con otros indicadores cualitativos y cuantitativos.

Una vez que tenemos claros estos conceptos…

¿Tienen los niños con altas capacidades mayores probabilidades de sufrir acoso escolar?

La respuesta no es sencilla. El estudio de la UNIR, único hasta el momento, revela que existe una mayor prevalencia (casi un 40%) de sufrir acoso, por lo que les convertiría en un grupo vulnerable.

Sin embargo, existen otros estudios, realizados en otros países, que no llegan a conclusiones claras. En unos casos no aparecen diferencias significativas en este grupo de alumnos y en otros sí. Bien es cierto que, dado que se trata de otros contextos sociales, estos resultados quizá no sean extrapolables a la realidad española.

Así que, en líneas generales, y según la evidencia disponible, sí parece haber una mayor incidencia de acoso escolar en niños y niñas con altas capacidades.

¿Por qué ocurre esto?

En este punto, debemos hacer referencia a un estudio similar realizado con alumnos con necesidades educativas especiales en el que se concluía que presentaban un 30% más de posibilidades de victimización.

Esto nos lleva a pensar que aquellos alumnos que presentan algún tipo de singularidad son más propensos a sufrir acoso. Ser diferente es complicado porque, a menudo, la diferencia provoca rechazo en los compañeros convirtiéndoles en víctimas propiciatorias para los acosadores.

Este hecho hace necesario que, tanto desde la escuela como desde el ámbito familiar, debamos trabajar la educación en la diversidad, enseñando a nuestros hijos e hijas que todos somos diferentes y estas diferencias son las que aportan riqueza a la vida en sociedad.

Los niños y niñas con altas capacidades son más vulnerables puesto que su sensibilidad hacia la crítica y su sentido de la justicia hacen que el daño sea mayor ocasionándoles ansiedad, enfermedades de tipo psicosomático, depresión, etc.

¿Qué podemos hacer?

Si volvemos a la definición de acoso escolar, no debemos pasar por alto que la víctima no puede salir de la situación por sus propios medios, por lo que es fundamental que seamos sensibles a esta problemática para ofrecerles nuestra ayuda.

Desde el ámbito educativo el primer paso será ser capaces de detectar a estos alumnos para poder ofrecerles una respuesta educativa adecuada. Y, por supuesto, permanecer atentos a cualquier manifestación de acoso hacia ellos. 

Pero, más allá de esto, quizá sea necesario un cambio de mirada que implique no educar para la generalidad sino educar poniendo el foco en la diversidad, en lo que todos tenemos de diferentes.

En casa, es necesario que estemos atentos a las señales del acoso, tanto del rol de acosador como del de acosado. Es nuestra responsabilidad como madres y padres enseñar a nuestros hijos e hijas a mirar y a hablar al otro desde el respeto y la empatía, inculcando que insultar, vejar o dañar a un compañero no es una opción válida. 

Y, en el caso que observen ese tipo de conductas en otro compañero, no sean cómplices y lo pongan en conocimiento de un adulto. 

Por ejemplo: si nuestro hijo o hija presenta lesiones inexplicables, pérdida de objetos personales, dolores de cabeza o estómago, cambios en los hábitos alimentarios o problemas de sueño, disminución del rendimiento académico o de la autoestima e, incluso, escapes de orina puede que estén siendo acosados.

Asimismo, es necesario detectar en nuestros hijos e hijas aquellas conductas que nos puedan hacer sospechar que están acosando a algún compañero para poder poner una solución. Las posibles señales de alarma en este caso pueden incluir: conductas agresivas, frecuentes expulsiones del aula, preocupación excesiva por la popularidad o disposición de objetos que no pueden explicar cómo han conseguido. En caso de existir alguna de ellas, es posible que estén acosando a otros niños.

En definitiva, una vez detectadas las altas capacidades es necesario, por un lado, dotar a los niños y niñas de las herramientas necesarias para saber qué hacer en caso de que sean acosados y, por otro, formar al profesorado y a las familias para que se puedan establecer pautas de intervención conjuntas que pongan fin al acoso en cualquiera de sus formas.

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