La importancia de enseñar lenguaje igualitario desde la infancia

Perpetuar el lenguaje discriminatorio hace que las niñas se vuelvan “invisibles”

En los últimos años, cada vez se oye hablar más, tanto a favor como en contra, del uso de un lenguaje inclusivo o igualitario, exento de matices sexistas.

Entendemos por sexismo cualquier tipo de discriminación de las personas por razón de sexo. Y en el lenguaje existen variedad de ejemplos de discriminación. Desde el uso del masculino genérico hasta la diferencia de las acepciones de distintas palabras para el masculino y el femenino. No es lo mismo zorro que zorra.

Es cierto que el lenguaje, como sistema de comunicación, necesita y debe ser operativo. También es verdad que algunas de las propuestas para fomentar el uso de un lenguaje igualitario, no lo son. Dejando al margen los errores en el uso del lenguaje que han dado lugar a chistes y mofas, como aquel famoso de “los miembros y las miembras”; tampoco debemos caer en menospreciar los intentos de modificación del lenguaje para dar respuesta a una necesidad que surge de la evolución de la sociedad 

¿Qué es el lenguaje sexista?

Entendemos por lenguaje sexista, aquel que en su uso, discrimina por razón de sexo a unas personas con respecto a otras. Generalmente, a las mujeres. Siempre habrá quien diga que los taxistas se deberían llamar taxistos y otros argumentos sin sentido por el estilo.

 

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Lo primero que deberíamos entender es que el lenguaje comprende palabras de género femenino, de género masculino y de género neutro. Esto no tiene porque corresponderse sistemáticamente con el sexo de las personas que se engloban dentro de esos términos. Del mismo modo que el sufijo -ista designa a personas que ejercen un oficio o una profesión, con independencia de su sexo; el sufijo -nte forma participios activos que suelen sustantivarse, y que indican que ejecuta la acción expresada por la raíz de la palabra. Así, absorbente es lo que absorbe y dirigente es quien dirige.

No obstante, la RAE recoge que algunas de estas palabras se han lexicalizado como sustantivos y han generado una forma femenina terminada en -nta, como es el caso de dependienta o presidenta. Muchas personas, cuando comenzó a utilizarse el término presidenta argumentaban que era absurdo puesto que el sufijo -nte ya designaba a ambos sexos. Y es cierto, en muchos de estos sustantivos no se ha generado el femenino y, en otros, sí. Presidenta es uno de los sustantivos femeninos recogidos por la RAE. Llama la atención, sin embargo, que lleváramos años hablando de las asistentas de hogar (con su propia entrada exclusiva para el femenino en el diccionario) sin que nadie se llevara las manos a la cabeza por la feminización de este sustantivo. Parece que nombrar en femenino los sustantivos asociados al ejercicio del poder molesta más que feminizar los sustantivos que se asocian al cuidado y la asistencia

 

 

Con respecto al uso del masculino genérico, la RAE dice que:

Los sustantivos masculinos no solo se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, sino también, en los contextos apropiados, para designar la clase que corresponde a todos los individuos de la especie sin distinción de sexos”.

Sin embargo, cualquier iniciativa que impulse un uso no sexista del lenguaje aboga por buscar fórmulas alternativas que no resulten discriminatorias. A pesar de que el origen de este uso pueda tener otras connotaciones lingüísticas, aparte de la influencia de las sociedades patriarcales en la construcción de ese lenguaje; parece evidente que englobar a un género dentro del opuesto resulta jerárquico y discriminatorio. No se nos ocurriría hablar de blancos para hablar de un grupo de hombres de diversas razas y dar por hecho que el resto de razas están incluidas en esa cuando hay diversidad racial en el grupo.

Tampoco se nos ocurriría hablar de ancianas para hablar de un grupo de mujeres de diversas edades y dar por bueno que cuando hay diversidad de edades prevalece la mayor. Utilizamos fórmulas que se adecúen al grupo de personas al que nos referimos sin excluir a ningún grupo. Sin embargo, en el caso del género o el sexo, basta con nombrar a uno de los dos y el otro, el femenino, se sobreentiende. O no. Porque si en una reunión en la que hay personas de diversas profesiones alguien pide que se levanten los profesores, las profesoras tendrán que intuir si se refieren únicamente al sexo masculino o se ha hecho un uso genérico del mismo. Los profesores, en cambio, no tendrán dudas de que les han pedido que se levanten.

 

Childhood And Child Friendship. Children Pick Acorns From Oak Trees. Brother And Sister Camping In A

 

Otro uso sexista del lenguaje es el que se hace cuando se presenta a las mujeres como apéndices de los hombres. “Los deportistas y sus novias”. Habrá quien piense que en un titular así los importantes son los deportistas y por eso se redacta de esa manera. Pero también nos encontramos con titulares como “La mujer de un línea de los Bears ha ganado hoy una medalla de bronce en las Olimpiadas de Río”. Ni su nombre aparece en el titular. Lo que define a una medallista olímpica es con quien está casada. Esto no sucede a la inversa.

Centrándonos en el ámbito escolar, no hace mucho leí en un libro de texto hablando sobre los sustantivos, que el femenino se formaba, normalmente, sustituyendo la -o final, por -a. Es decir, el masculino existe per se; y el femenino, se forma a partir de este. Así, cual costilla de Adán que nos permite existir. Evidentemente, tuve que explicar a mi alumnado que la explicación del libro era incorrecta; que las palabras tienen una raíz que aporta el significado y, en muchas ocasiones, tienen distintas desinencias que aportan a la palabra género y número. En una sociedad machista aún, como la nuestra, para muchas personas todos estos mensajes subliminales pasan desapercibidos, pero como mensajes subliminales que son, van calando

El hombre, lo masculino, es la norma. La mujer, lo femenino, es lo otro, lo diferente. Debemos tener cuidado y tomar conciencia del peso que tienen estos mensajes en la infancia. De hecho, en muchas ocasiones, tanto niños como niñas, dan por hecho que las niñas no están incluidas en los textos, orales o escritos, que utilizan el masculino genérico.

 

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Hay una experiencia que se ha hecho en varios institutos, tras la propuesta inicial de un IES, que consiste en pasar al alumnado folios con una frase escrita y se le da una única instrucción: dibujar lo que pone en esa frase. En el instituto que promovió el experimento, por ejemplo, en los casos en los que el enunciado estaba escrito usando el masculino genérico (los alumnos) los dibujos representaban un 82,65% de figuras masculinas frente a un 18,35% de figuras femeninas.

En aquellos casos en los que se había utilizado un genérico neutro (el alumnado) el porcentaje de figuras femeninas sube hasta un 40,69%; y el de figuras masculinas pasa a 59.31%. En los enunciados que habían nombrado de manera específica a ambos géneros (los alumnos y las alumnas) los resultados se acercan más a la realidad de nuestra sociedad, aunque siguen sin estar igualados, mostrando un 44,9% de figuras femeninas frente a un 55,1% de figuras masculinas.

A la vista de los resultados de este experimento realizado con 288 adolescentes que cursaban desde 1º ESO hasta 1º Bachillerato, tomamos conciencia de que, aunque nuestro lenguaje contemple que las mujeres están incluidas en el uso del masculino genérico, en la práctica, cuando lo usamos, en nuestra mente prevalece el género masculino.

Por eso es importante que cuidemos el lenguaje, entre otros muchísimos aspectos, para acabar con esta invisibilización de las niñas y las mujeres

 

La importancia de enseñar lenguaje igualitario desde la infancia

 

Lenguaje igualitario: ¿Cómo referirse a niños y niñas?

El lenguaje tiene que ser operativo, no podemos pasarnos la vida desdoblando cada palabra para nombrar específicamente a ambos géneros. Existen formas de evitar esta invisibilización que abordaremos en otro post, pero en el caso de las niñas y los niños, no existe, en nuestro idioma, una palabra de género neutro que nos simplifique este asunto. Cuando escribimos podemos referirnos a “la infancia” pero en nuestro día a día, para referirnos a grupos compuestos por ambos sexos, no tenemos una palabra como “kids” por ejemplo, en inglés.

Así que ante el riesgo de perpetuar ese tipo de lenguaje que hace que las niñas se vuelvan “invisibles”, mejor duplicar. En clase, cuando tengo que captar la atención del grupo, intento usar palabras o frases que no nombren a uno u otro sexo, como “¡Atención!” o “Necesito que miréis aquí”. En lugar de pedir “voluntarios” pregunto “¿A quién le gustaría…?” o “Necesito que alguien me ayude”. Y si tengo que usar un sustantivo con género, sí, lo duplico y procuro alternar el orden. Unas veces digo “Chicas, chicos…” y otras “Chicos, chicas…”. No me supone una inversión de tiempo ni un esfuerzo tan grande como para prescindir de los beneficios de nombrar tanto a unas como a otros. Porque ya se sabe… lo que no se nombra, no existe.

 

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