Rabietas infantiles: ¡Socorro! Llegaron las rabietas

10 pasos para acompañar las rabietas infantiles de manera respetuosa

Artículo publicado el 21 Dic 2018 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 4 abril, 2023

Antes de empezar con este post sobre rabietas infantiles, hay que dejar algo claro: todos los niños tienen rabietas. No todos las tienen con la misma frecuencia ni las expresan con la misma intensidad, pero todos pasan por esa etapa (que los padres y madres tanto tememos).

Generalmente sucede entre los 2 y los 4 años, en este periodo la frustración y la rabia pueden explotar en cualquier momento poniendo a prueba (o al límite) nuestro propio control emocional.

Escuchamos la palabra rabieta y todos podemos visualizar a un pequeño tirado en el suelo de un supermercado pataleando, chillando y llorando, mientras su madre desearía tener una varita mágica que consiguiera devolver la calma a su criatura para poder seguir con la compra (y la vida) con normalidad.

¿Es normal tal desborde de emociones solo porque le hemos dicho que no le vamos a comprar lo que ha pedido? Sí, es completamente normal, de hecho, forma parte de su desarrollo.

¿Y no está intentando manipularnos de esa manera para conseguir lo que quiere? No, la rabieta es una pérdida de control de las emociones y, desde esa falta de control, no tienen la capacidad reflexiva que necesitarían para trazar un plan maquiavélico de manipulación parental, así que, tranquilos, un niño que tiene rabietas no es un pequeño tirano como, tristemente, nos ha tocado escuchar a todos algunas veces. Las rabietas infantiles van más allá.

Ahora bien, que las rabietas infantiles sea una fase normal en su desarrollo no quita que se den situaciones realmente difíciles de gestionar para quienes los acompañamos en esos momentos. Por eso, mientras esperamos a que alguien invente la varita mágica de la calma que neutralice las rabietas al instante, os dejo estos 10 pasos para acompañar las rabietas infantiles de forma respetuosa.

1. Saber qué es una rabieta

Es complicado enfrentarnos a cualquier reto sin conocer qué es lo que está sucediendo. Así que el primer paso para poder acompañar a nuestro hijo o a nuestra hija mientras sufre una rabieta es conocer qué es exactamente una rabieta.

Podríamos definir una rabieta como la expresión intensa de enfado o de frustración que manifiesta un niño ante una situación que le resulta adversa, como puede ser la imposibilidad de cumplir un deseo.

Suelen producirse, generalmente, entre los dos y los cuatro años de edad, aproximadamente. Y pueden manifestarse simplemente como un llanto intenso o incluir otras reacciones como gritar, tirarse al suelo, patalear, dar cabezazos, etc. Y forman parte del desarrollo natural del niño.

2. Saber por qué suceden

Sin necesidad de entrar en profundidad en el mundo de la neurociencia, no está de más conocer un dato muy básico y muy relevante para entender por qué se producen las rabietas. El cerebro de los niños, como sabemos, está en construcción. Y el área del cerebro donde se desarrollan las habilidades complejas como el pensamiento abstracto es la corteza prefontal.

 

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Es esta zona del cerebro la que nos permite “filtrar” nuestras emociones para adaptarnos a la situación y tener un comportamiento social adecuado. Pues bien, en los niños, esta parte del cerebro es precisamente la que aún no ha terminado de formarse. Ellos viven las emociones sin filtros de ningún tipo.

Nos encanta verlos reír sin control pero no nos gusta tanto verlos enfadarse sin control; y, sin embargo, son las dos caras de una misma moneda: el desarrollo de su cerebro. Del mismo modo que entendemos que un bebé de dos meses no puede caminar porque su cuerpo aún no está preparado para ello, debemos entender que un niño pequeño no controla sus emociones porque la parte de su cerebro que se encarga del autocontrol aún no ha terminado de formarse.

3. No tomarlo como algo personal

Una vez que tenemos claro qué es una rabieta y por qué se produce, lo último que debemos hacer es tomárnoslo como algo personal.

El niño no ME está montando un numerito ni ME está boicoteando la compra ni quiere amargarME el domingo en familia. Por mucho que nos cueste aceptarlo, los adultos no somos el ombligo del mundo.

Las rabietas infantiles no van de nosotros, sino de ellos. No tienen una rabieta para fastidiarnos a nosotros, la tienen, simple y llanamente, porque es lo que les toca en esta etapa de sus vidas según su desarrollo madurativo.

Crecerán, madurarán y dejaran de tenerlas, y lo harán cuando estén preparados para ello, ni antes ni después. Nuestra forma de acompañarlos en esta etapa puede ser determinante para nuestra relación con ellos e, incluso, para el desarrollo de su autoestima y su autoconcepto; pero no hay mucho que podamos hacer para conseguir que esta etapa acabe antes de lo que le corresponde.

4. Prevenir

Ya lo dice el refrán: “Quien evita la ocasión, evita el peligro”.

Si sabemos que hay ciertas situaciones en las que a nuestro hijo le suele costar controlarse y que, con toda probabilidad, pueden desembocar en una rabieta, evitemos esas situaciones. No se trata de no salir nunca con nadie para evitar que llore al despedirse pero si sabemos que, por ejemplo, cuando pasamos por delante de la casa de los abuelos siempre quiere entrar, igual podemos dar un pequeño rodeo para ir a la tienda sin pasar por la puerta de la casa en cuestión.

Esto, cuando nuestra organización familiar nos lo permite, no es una forma de sobreprotección de los niños sino más bien una medida de autocuidado. Cuantas menos rabietas tengamos que enfrentar en el día, menos se vaciará nuestro vaso de la paciencia.

5. Distraer y/o redirigir su atención hacia otra cosa u otra actividad

Antes de que la rabieta estalle, cuando la estamos viendo llegar,  podemos intentar varias estrategias para evitarlas o, al menos, minimizarlas.

 

 

La primera podría ser distraer al niño de aquella situación que le está causando esa emoción que amenaza con convertirse en rabieta e intentar redirigir su atención hacia otra cosa.

A veces es muy difícil porque tienen todos los sentidos puestos en ello, pero si conseguimos que se entretengan con otra cosa que les llame la atención tendremos mucho terreno ganado.

6. Conectar emocionalmente

Hacer un ejercicio importante de empatía. Agacharnos para estar a su altura, mirarle a los ojos… hacerle saber con nuestros actos que estamos ahí para ayudarles.

A veces, cuando nuestro hijo tiene muchas rabietas y muy intensas, nos cuesta conectar con él. Nosotros, desde nuestra percepción adulta, no entendemos que se ponga así por todo: porque quiero comprarme un juguete, porque no quiero los zapatos azules, porque quiero ir al parque y ahora no se puede… pero en su mundo infantil esas son todas sus preocupaciones y todos sus problemas. Y así debe ser.

Ya tendrá tiempo de preocuparse por pagar la hipoteca o encontrar trabajo. Y, sobre todo, debemos recordar que está sufriendo porque para él es una situación frustrante y no tiene las herramientas necesarias aún para hacerle frente.

Cuando sintamos que nos está sacando de nuestras casillas viene bien recordar que su cerebro está en construcción y que, en él, las emociones se dan sin filtro. Se comporta así por el mismo motivo que con tres meses aún no hablaba. Se comporta así porque no sabe ni puede hacerlo de otra forma, pero esta etapa pasará.

7. Validar su emoción

Ya escribimos un post donde explicábamos a fondo cómo validar las emociones de los niños. Se trata, básicamente, de empezar a sentar las bases de la tan necesaria educación emocional.

 

 

Ayudarle a ponerle nombre a lo que está sintiendo y aceptar que tiene derecho a sentirse así y solo necesita que lo acompañemos.

Porque no es lo mismo estar enfadado, que triste o decepcionado. Pero, sobre todo, porque no es lo mismo sentir que tienes derecho a enfadarte o entristecerte y que puedes expresar las emociones en confianza con tus padres que sentir que debes reprimir y ocultar tus emociones en su presencia.

8. Dar opciones cerradas

Vamos agotando los cartuchos para intentar frenar o minimizar el impacto de la rabieta. Esta herramienta no sirve sólo para las rabietas pero puede sernos útil si el motivo que la va a desencadenar es la negación de un deseo.

Consiste en dar a elegir al niño entre dos opciones ofrecidas por nosotros. Por ejemplo, si está queriendo jugar con un cuchillo grande y, lógicamente, no le vamos a dejar; podemos preguntarle “¿quieres jugar con las cucharas de plástico o prefieres jugar con las de  metal?”.

Suele funcionar bastante bien en rabietas infantiles por dos motivos: uno es que, el hecho de poder elegir (aunque sea entre dos opciones previamente elegidas por nosotros) ofrece al niño más sensación de libertad a la hora de tomar decisiones que cuando la decisión la tomamos nosotros por completo.

El segundo motivo es que al plantear la pregunta así, cerrándola entre dos opciones, hace que, si no están demasiado ofuscados, se vean en la disyuntiva de tener que elegir y simplemente opten por la alternativa que mejor les venga en ese momento.

Es una herramienta que podemos usar también en lugar de formular preguntas abiertas cuando no vamos a dar libertad para elegir cualquier cosa. Por ejemplo, si estamos desayunando en un bar y preguntamos “¿qué quieres desayunar?”, sentados delante de una vitrina de dulces, no sería muy lógico si vamos a negar la opción de pedir algo de esa vitrina. En cambio, si preguntamos “¿con qué vas a querer la tostada, con tomate o con jamón?”, ya hemos eliminado la posibilidad que después íbamos a negar de todas formas.

A pesar de ser una herramienta muy útil, a mí personalmente no me gusta abusar de ella. Hay muchas ocasiones en las que los niños pueden elegir libremente sin necesidad de que les cerremos tanto las opciones, pero cuando se trata de una cuestión de salud o de seguridad, puede sernos muy útil.

Y si nos sirve para evitar alguna que otra rabieta pues bienvenidas sean las opciones cerradas.

9. Acompañar

Hasta ahora nos hemos centrado en herramientas e ideas que pueden ayudarnos a intentar prevenir la rabieta o evitarla cuando aún está por comenzar o justo en su comienzo. Pero una vez que ha estallado la rabieta, si el niño o la niña ya se ha desbordado por completo emocionalmente, ahí ya lo único que nos queda hacer es acompañarlo durante esa rabieta.

Y acompañar una rabieta puede ser uno de los retos más difíciles que nos plantea la m(p)aternidad, porque implica ser capaces de mantener la calma y no dejarnos contagiar por esa pérdida de control del niño; y ser capaces de conectar con ellos y su situación para descifrar qué necesitan en ese momento.

Podemos ofrecer contacto físico si lo quieren (algunos niños lo rechazan abiertamente en estos momentos). Podemos utilizar mensajes positivos en primera persona: “Estoy aquí”, “Te quiero”, “Estoy contigo”.

 

 

Es fundamental evitar los mensajes dirigidos al niño en forma de reproches u órdenes: “Hay que ver la que estás liando”, “Estate quieto ya de una vez”, “Tranquilízate”… recordemos que están fuera de control porque en este momento de sus vidas no tienen ni las herramientas ni la madurez necesaria para comportarse de otra manera; y este tipo de mensajes en los que les pedimos algo que no está a su alcance, solo sirven para empeorar la situación.

A veces, cuando hablamos tenemos la sensación de que “echamos más leña al fuego”, que la situación empeora; podemos permanecer en silencio y establecer algún tipo de contacto físico para que sepan que estamos ahí, apoyándoles.

Si la intensidad de la rabieta le puede llevar a lastimarse o lastimar a otros, tendremos que pasar a la contención. Contener al niño implica abrazarlo con firmeza para “inmovilizarlo” y así evitar que se haga daño o haga daño a otra persona, incluidos nosotros mismos.

Puede parecernos que es “forzar” al niño a algo que no quiere hacer o que no le estamos dejando expresar sus emociones; y es cierto que puede resultarnos una situación incómoda en este sentido pero es necesario recordar que nuestra obligación como padres y madres es velar por su seguridad.

Cuando hablamos de respetar a los niños, a menudo, utilizamos la comparación con los adultos como criterio. ¿Harías lo mismo con un adulto? La respuesta es sí. Si yo viera a una persona adulta, a la que quiero, tan fuera de sí que se está lastimando o intentando agredir a otra persona, intentaría contenerla para evitar que se lastime o lastime a alguien.

Para que la contención sea respetuosa y no se convierta en un forcejeo sin sentido es fundamental que mantengamos la calma, que usemos solo la fuerza necesaria para contenerlo y que le hablemos (si vamos a hacerlo) con un tono de voz suave y utilizando mensajes “yo”, como hemos comentado antes.

10. Dialogar

Una vez que haya pasado la tormenta y estemos todos tranquilos y relajados podemos hablar con el peque (según su grado de desarrollo del lenguaje) sobre lo ocurrido.

Sabemos que tienen rabietas porque es lo que les toca en esta etapa pero nunca es demasiado pronto para empezar a trabajar con ellos la educación emocional. Podemos ponerle nombre a su emoción y así les ayudamos a identificar y a nombrar las distintas emociones y, al mismo tiempo, podemos preguntarles o plantearles ideas para conseguir relajarse cuando pierden el control de la situación. También podemos trabajarlo con cuentos, tal y como nos cuenta Cristina en esta entrada.

Y, sobre todo, mucha paciencia, respirad profundo y recordad que crecerán y dejarán de tener rabietas. Ninguna etapa dura para siempre.

Más en “Las rabietas: Cómo acompañarlas de forma respetuosa”

Si te interesa y preocupa este tema, en el seminario online “Las rabietas: Cómo acompañarlas de forma respetuosa” puedes descubrir qué son las rabietas, con ejemplos de lo que no debemos hacer cuando aparecen, y de todo lo que podemos hacer antes, durante y después de una rabieta, para que esa fase sea más fácil para ellos y nosotros, y sobre todo para que no deje huella en ninguno de los dos:

 

 

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2 comentarios en "Rabietas infantiles: ¡Socorro! Llegaron las rabietas"

  1. Gracias por los consejos tan útiles en esos momentos en los que la infinita paciencia estalla en una milésima de segundo, en un codazo, patada o chillido y nos entran ganas de sacudirlo, castigarlo o chillarle. Es muy complicado, pero una vez entendido que realmente no saben cómo controlarse, mi sensación no es de enfado, sino de impotencia y lástima por ellos. Gracias a estos consejos intentaremos hacerlo aún mejor y más conscientes de lo que está pasando. Gracias.

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