Día Mundial de los Docentes: ¿Estamos haciendo lo que nos gustaría en las aulas?

Hoy, 5 de octubre, se celebra el Día Mundial de los Docentes. Yo llegué a esta profesión por vocación. Después de empezar y abandonar otra carrera universitaria porque no me “llenaba” pasé un año sabático, durante el que estuve aprendiendo inglés y componiendo canciones.

Siempre he dicho que fue un año sabático porque no me matriculé en la Universidad, sin embargo, fue, quizás, uno de los años más productivos de aquella época. Me dediqué a hacer lo que me gustaba y a escucharme a mí misma para decidir qué era lo que quería hacer con mi vida. Y así fue como llegué a la Facultad de Ciencias de la Educación, cargada de ganas y de ilusión. 

Un profesor puede cambiar la vida de sus alumnos

Las prácticas de los últimos cursos de Universidad vinieron a confirmar que aquella era mi vocación. Tuve claro desde el primer momento que lo mío era estar a pie de aula. No quería despachos, ni cargos… a mí dame una clase llena de personitas y ya soy feliz. 

Aún así, al finalizar mis estudios estuve trabajando en una escuela de música y arte, di clases particulares, trabajé en una escuela infantil… Todo relacionado con la infancia y la docencia, pero no me planteaba hacer oposiciones tan pronto. A las primeras “opos” me presenté casi por casualidad. Una amiga me pasó el temario unas semanas antes y me animó a presentarme por probar y vivir la experiencia para cuando decidiera presentarme. Y voilà, aprobé. Sin plaza, pero aprobé. Y casi dos años después empecé a trabajar como interina. 

Ahí comprendí que la vida de los docentes no era tan bonita como la pintaban. Sí, el sueldo estaba bien y las vacaciones genial, pero lo de que te llamaran para trabajar dos meses y luego te dejaran parada ocho, no molaba tanto. Lo de tener que hacer más de 100 kilómetros diarios para ir a trabajar, tampoco. Vivir pegada al teléfono esperando a que te llamaran y te dijeran en qué Delegación Provincial de Andalucía tenías que presentarte al día siguiente para firmar tu contrato de trabajo temporal, no era como que te tocara la lotería. 

Pero llegabas a un nuevo colegio, te presentabas con ilusión, te daban tu horario, entrabas a clase y ahí sucedía la magia. Lo importante no era qué asignaturas te tocaba impartir o en qué curso tenías tutoría, lo importante era ese momento en que conectabas a nivel personal con un alumno, en que podías acompañar las emociones de una alumna que lo estaba pasando mal; y tomabas consciencia de cómo un profesor puede cambiar la vida de sus alumnos.

¿Estamos haciendo lo que nos gustaría en las aulas?

Pasaron los años, conseguí mi plaza de funcionaria, destino definitivo cerca de casa… Y, cuando puede parecer que ya estaba todo conseguido, tomé conciencia de cuántas cosas del sistema educativo no me gustaban. 

Durante los años de Universidad aprendimos sobre constructivismo, aprendizaje significativo, metodologías activas y participativas… Y, la realidad, es que en la mayoría de las aulas se siguen impartiendo clases magistrales alejadas de cualquiera de estos conceptos. Las programaciones se llenan de palabras vacías de sentido cuando llegamos a clase y nos limitamos a seguir el libro de texto. 

No digo que sea así siempre así ni que no hagamos nada bien. En general, la docencia es una profesión que en nuestro país se valora poco y se cuida nada. Las Administraciones educativas nos acribillan a papeleo y la burocracia es tal que, en ocasiones, se come casi la totalidad de nuestro horario como docentes. 

Pero hoy, 5 de octubre, Día Mundial de los Docentes, no puedo evitar pensar que yo soñaba con construir una escuela y un sistema educativo mejores de los que tenemos hoy en día. 

Y, mientras me queden ganas, ilusión y energía, seguiré batallando desde dentro para que el constructivismo y las metodologías activas salgan del papel e inunden las aulas. 

Teniendo claro que por encima de esto, del qué y del cómo enseñamos, estará siempre el impacto profundo que podemos hacer en la vida de nuestro alumnado.

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