Educación, autoridad y límites en la segunda infancia y adolescencia

Proveerles de un sistema adecuado de principios y valores les ayudará a tomar mejores decisiones en su vida

Prohibimos para proteger, educar o corregir… e incluso para evitar que los/as peques hagan cosas que nos “molestan”. Establecer límites es necesario para educar, pero a la hora de prohibir a veces nos equivocamos y perjudicamos sin querer el desarrollo de nuestros/as hijos/as. En muchas ocasiones prohibir no es la solución, existen alternativas educativas mucho más eficaces.

¿Por qué prohibimos para educar?

Las personas adultas constantemente prohibimos a nuestros semejantes hacer cosas para mantener el equilibrio entre derechos y libertades.

Vivir en sociedad implica aceptar normas cuyo incumplimiento conlleva sanciones y castigos (multas económicas e incluso privaciones de libertad) con el fin de mantener el bienestar común.

Tenemos tan interiorizado este sistema de leyes y penalizaciones y estamos tan acostumbrados a él, que a menudo y sin darnos cuenta, trasladamos los sistemas punitivos a la educación de nuestros/as hijos/as para reafirmar nuestra autoridad sobre ellos/as. El problema de basar nuestro sistema educacional en prohibiciones y castigos es que muchas veces no somos conscientes de lo mucho que perjudicamos el desarrollo, la autoestima y la autonomía de nuestros hijos e hijas.

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Tan importante como guiarles es no sobreprotegerlos en exceso, decidiendo por ellos cada aspecto de su día a día. Es fundamental fomentar su autonomía e independencia desde pequeños para que puedan enfrentarse a las situaciones de la vida. Asimismo, proveerles de un sistema adecuado de principios y valores les ayudará a tomar mejores decisiones en su vida.

Prohibido prohibir: Por qué prohibir no es efectivo

Prohibir no tiene sentido, es mejor dialogar para explicar y hacer entender a los niños y adolescentes cuáles son las repercusiones de nuestros actos y sus consecuencias, así como qué opciones tenemos. De esta forma, los menores pueden aprender a enfrentarse a nuevas situaciones y evaluar sus posibles decisiones.

Es mucho más enriquecedor y positivo implicarles en la toma de decisiones desde la infancia. Siempre hay cosas que los/as peques pueden decidir por sí mismos/as, bien sea el color de la camiseta que se van a poner ese día, o el cuento que quieren leer por la noche. Trabajar con ellos este aspecto fundamental para su funcionalidad como seres humanos hará que, llegada la adolescencia, sean capaces de comunicarnos sus dudas y reflexionar sobre sus opciones antes de tomar una decisión, puesto que habremos fomentado el diálogo y la confianza. Si llegada la pubertad, prohibimos sin más, solo conseguiremos despertar en nuestros hijos e hijas la rebeldía característica de su edad.

Nuestra psicóloga y logopeda infantil, Elena Mesonero, manifiesta:

“Para llegar a la adolescencia con un canal de comunicación basado en la confianza debemos empezar por escuchar y atender sus inquietudes desde pequeños, aunque a los adultos nos parezcan cuestiones sin importancia. Si para ellos un problema es importante, para nosotros también ha de serlo”.

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Dar ejemplo con nuestros propios actos también es fundamental, ya que somos sus figuras de referencia y van a aprender mucho más de lo que nosotros hacemos que de lo que les decimos que hagan ellos. No tiene sentido decirles que beber alcohol es malo si nos ven hacerlo todos los días, así que debemos evitar transmitirles mensajes contradictorios que les puedan confundir.

Existen numerosas alternativas pedagógicas para evitar que los niños y niñas hagan lo que no deben sin prohibírselo, todas ellas están basadas en el vínculo y la comunicación. Cuando prohibimos sin explicaciones, estamos privando a nuestros hijos e hijas de información, algo fundamental para que aprendan a tomar buenas decisiones. Al fin y al cabo, no vamos a poder acompañarles en cada paso de su camino. Darles mensajes claros, concisos y positivos es importante para que puedan desenvolverse sin nuestra ayuda y confíen en su propio criterio cuando la situación lo requiera.

A hacer cualquier cosa se aprende practicando. Por eso, dejarles espacio para tomar decisiones también es clave en su proceso de aprendizaje, ya que a decidir se aprende decidiendo. Solo así pueden aprender a ser responsables. Así que en lugar de prohibir y enfocarnos en las consecuencias negativas de sus actos, es mucho más práctico y efectivo ayudarles a evaluar las opciones y las consecuencias positivas de determinadas decisiones, frente a otras.

La etapa adolescente: Cuando el autoritarismo es contraproducente

Educar de manera excesivamente autoritaria lleva consigo o bien minar la capacidad de autonomía y autoconfianza de nuestros hijos e hijas, favoreciendo que se conviertan en personas adultas sumisas el día de mañana, incapaces de tomar una sola decisión importante por su cuenta; o bien fomentar la negativa de los menores a acatar nuestras órdenes, sobre todo al llegar la adolescencia, cuando nuestros hijos e hijas buscan la aceptación de otros grupos sociales. Esto sucede cuando nos enfocamos en prohibir en lugar de en educar.

 

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Prohibir tiene como consecuencia acatar órdenes por temor a lo que puede ocurrir después y tiene como resultado no saber cómo actuar cuando la figura de autoridad no está presente o buscar la libertad de desobedecer en su ausencia. Por ejemplo, si no queremos que nuestro hijo o nuestra hija juegue con determinados videojuegos, es mucho mejor explicarles el porqué, que confiar en que, por el mero hecho de tenerlos prohibidos en casa, no va a jugar en casa de un amigo o amiga.

Las personas adolescentes buscan la validación de sus amigos y las órdenes y consejos de sus progenitores pueden crean rechazo si sus decisiones no se explican y la manera de proceder no es consensuada. De lo contrario, se corre el riesgo de que consideren a sus progenitores como “enemigos” por no escucharles, explicarles ni permitirles hacer lo que quieren. En una etapa de transición hacia la adultez, en la que nuestros hijos e hijas luchan por encontrarse a sí mismos a la vez que por entender el mundo, es muy frecuente adoptar un rol rebelde. Los preadolescentes y adolescentes necesitan explicaciones y se las merecen, porque ya son lo suficientemente mayores para entender y razonar. ¡Eso es educar!

Prohibir no es la solución: Las nuevas alternativas educativas

Otras alternativas se perfilan como más efectivas y eficaces a nivel educativo que el castigo o prohibir:

Equivocarse, un derecho inherente a nuestra humanidad

A nadie le gusta que le regañen y griten cuando se equivoca. Y equivocarse es de humanos, así que nuestros hijos e hijas lo harán a menudo. Igual que nosotros mismos, de hecho. ¡No son perfectos, ni nosotros tampoco! Los niños y niñas adolescentes siguen estando en proceso de aprendizaje. No les van a salir las cosas bien siempre ni a la primera. Lo importante es que se sientan motivados para seguir intentándolo.

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Para ello es importante ayudarles a gestionar la frustración cuando no les salen bien las cosas, así como evitar prohibir para así evitar el temor a la represalia y que confíen en nosotros cuando no sepan cómo solucionar algo. Lo que menos necesita cualquier persona en el momento en que se equivoca es que la reprendamos por ello y le hagamos sentir torpe, incapaz o culpable. Es importante tener paciencia y empatía para darles el tiempo y las pautas necesarias para mejorar en el proceso de toma de decisiones.

La expresión de pensamientos y emociones, también las negativas, de forma asertiva

Tenemos que deshacernos para siempre del «no llores más» y el «deja de llorar» de nuestra propia infancia. Este tipo de frases solo enseñan que llorar es malo. ¡Y no lo es! Todas las emociones cumplen una función, tanto las positivas como las negativas y debemos validarlas. Exteriorizar lo que sentimos siempre es bueno y llorar, en concreto, sirve para desahogarnos o expresar ira, pena, dolor… ¡O alegría y felicidad! Si cada vez que lloran les regañamos, comenzarán a reprimir sus emociones y se convertirán en adultos disfuncionales.

 

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Pero, al mismo tiempo, para poder convivir dentro de una sociedad, hace falta ejercitar el control de los impulsos. Es decir, tan bueno como decir lo que pensamos o sentimos, para poder ser tenidos en cuenta; lo es saber expresarnos en su justa medida y con asertividad. La asertividad es la capacidad de expresar las propias opiniones, deseos y necesidades de forma adecuada. Se trata de una habilidad para solventar problemas y vencer dificultades muy útil para la vida y que merece la pena incluir en la educación de nuestros hijos e hijas.

Educar en valores sí, pero los adecuados

De nada sirve prohibir a nuestros hijos o hijas hacer esto o aquello si no les explicamos por qué consideramos que ciertas conductas no son correctas o pueden resultar perjudiciales para ellos mismos o para otras personas. Educar en valores como la empatía, la solidaridad, la tolerancia, la amabilidad, la perseverancia, el esfuerzo, la honestidad, el autocuidado, el respeto, etc, les permitirá tener un sólido corpus de principios al que recurrir cuando tengan que hacer elecciones o tomar decisiones importantes.

Al mismo tiempo, tenemos que dejar de confundir obediencia con sumisión. No queremos que nuestros hijas e hijos obedezcan sin razonar si lo que se les pide es adecuado o no. De lo contrario, correremos el riesgo de que en el futuro, sigan la corriente de personas o grupos solo por ser incapaces de replantearse sus propios valores o llevar la contraria.

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Educar en la diligencia

Esto implica no decirle a tu hijo o a tu hija lo listo que es, sino alabar su esfuerzo. De la misma forma, debemos poner el foco en el esfuerzo y no en el resultado. Apelar al esfuerzo y no a la capacidad es el secreto de un buen rendimiento. Porque sí, a todos nos gusta sentir que somos inteligentes y si nos lo dicen nos sentimos orgullosos y contentos, pero los experimentos en psicología social manifiestan que un niño o una niña va a rendir más si atribuimos su éxito al esfuerzo que a su capacidad.

La psicóloga Carol Dweck formó dos grupos de alumnos de manera aleatoria, a los primeros se les dijo lo listos que eran y a los del segundo grupo se les ensalzó su esfuerzo constante. Tras ello, se realizó un examen de matemáticas, y sorprendentemente el segundo grupo obtuvo una nota más elevada.

Establecer límites con respeto

Los límites y las normas son necesarios para el bienestar y la seguridad de los niños y niñas, pero siempre han de ser límites respetuosos. Solo así pueden crecer, aprender y relacionarse con los demás y con el medio de forma adecuada y saludable. Hemos de tener cuidado con el exceso de cosas que les prohibimos hacer. De la misma forma, hemos de asegurarnos de que entienden por qué determinados actos, comportamientos o cosas no son saludables ni seguros. Y, a la hora de aplicar las normas y los límites, debemos hacerlo con firmeza pero también con amabilidad.

 

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Elena Mesonero enfatiza: a veces se confunde la crianza respetuosa con la permisividad y no debería ser así. Educar de forma respetuosa implica poner límites, pero también explicar el porqué de los mismos y buscar alternativas juntos“.

Respetar su derecho a hacer preguntas, expresar su opinión, decir “no” o llevar la contraria

Los/as niños/as son curiosos por naturaleza y son una fuente interminable de miles de preguntas acerca de todo. Preguntan el porqué de cada cosa y es cierto que a veces esto puedo resultar irritante y agotador, pero nunca debemos ignorarles, pedirles que se callen o no contestarles.

Tampoco debemos responder con mentiras, fantasías o evasivas, porque eso es lo que les estaremos enseñando a hacer el día de mañana; cuando sean adolescentes, por ejemplo. Siempre debemos intentar dar la respuesta más sencilla y honesta posible. La comunicación abierta y sincera sienta las bases de nuestro vínculo con ellos y de su desarrollo afectivo.

De la misma forma, como son pequeños/as y “no saben nada”, a menudo no les damos voz ni voto para expresar sus propios pensamientos y deseos. De esta forma, estamos fomentando que crezcan pensando que no merece la pena expresar sus opiniones porque o no son valiosas o no son tenidas en cuenta. ¡Y ellos/as también son miembros de la familia!

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Lo mismo sucede con decir “no” o llevar la contraria. Los niños y las niñas desobedecen a menudo y casi nunca es porque quieran retarnos. Ser obediente no es lo mismo que ser sumiso. Aunque seamos nosotros/as quienes marquemos las normas y establezcamos los límites por su propio bien, es importante la forma en que comunicamos dichas normas y límites, cómo las establecemos y de qué manera se las explicamos.

También lo es dejar un margen para la negociación. Nuestros/as hijos/as son un miembro más de la familia con voz y voto. Frases como “porque lo digo yo y punto” les convierten en sumisos y conformistas o en rencorosos y vengativos. Es importante buscar el equilibrio y dejarles espacio para poder expresarse y comunicar lo que sienten, les parece, no les parece, quieren o no quieren hacer. Educarles en una sana desobediencia es vital para su desarrollo personal.

Educar con simpatía y en empatía

Las imposiciones no funcionan. Es más sano y eficaz educar con amabilidad y simpatía. Sin caer en la permisividad total, se debe encontrar el equilibrio. No eres el “colega” o la “colega” de tu hijo o de tu hija, ni tampoco un dictador. Explícale el porqué de todo, compréndele, hazle sentir que puede contar siempre contigo. 

 

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¡Y disfruta mientras educas! Tuviste hijos para disfrutar de ellos, no para estar todo el día enfadado/a, ¿verdad? Imponer no genera un clima de bienestar y confianza, ni para los progenitores ni para los/as hijos/as. Realizar actividades atractivas con ellos también es importante. Si no pasamos tiempo con nuestros/as hijos/as es difícil parecer cercano y de confianza. El modelo autoritario de educación no ayuda a generar un vínculo sano. Así que si a tu hija le gusta el arte, por ejemplo, infórmate de nuevas exposiciones y proponle ir con ella. 

Educar con la mente abierta, la flexibilidad es un gran valor para la vida

En lugar de prohibir, las nuevas alternativas educativas proponen tratar de entender que tus hijos e hijas pertenecen a una generación distinta de la tuya. Comprender que tanto los Millenials como la Generación Z han crecido con unas circunstancias distintas a las vuestras. Trata de entenderles, de estar al día. Un consejo sería no menospreciar sus gustos ni opiniones, por ejemplo.

Castigarles por ser jóvenes

Esta es una de las prohibiciones más comunes y, por desgracia, una de las más injustas. Y es que, a diario, regañamos y castigamos a los jóvenes por ser jóvenes. Por equivocarse, tener opiniones diferentes, gustos propios o querer descubrir el mundo por sí mismos.

Igual que cuando son pequeños nuestros hijos hacen ruido, corren, saltan, chillan y ríen con fuerza, se hacen notar, hacen trastadas y travesuras, tienen rabietas, se manchan y son inagotables porque es así como ellos/as son felices; a nuestros/as adolescentes les gusta buscarse a sí mismos y construir su propia personalidad. Somos nosotros quienes nos estamos equivocando en según qué circunstancias al negarles su naturaleza.

 

Normas y límites en la adolescencia: ¿Por qué es malo prohibir?

 

Respetar su necesidad de autonomía y espacio personal

Tener secretos o querer estar o hacer cosas solos es muy natural en la adolescencia, cuando nuestros hijos e hijas quieren poner a prueba y practicar sus habilidades haciendo cosas por sí mismos/as. Solo así podrán ir siendo cada vez más capaces, funcionales y autónomos.

Prohibir o hacer las cosas por ellos/as no es una opción. Acudir siempre en su rescate tampoco. La alternativa es preguntarles si necesitan ayuda y no intervenir en caso contrario, a no ser que estén en peligro. Asimismo, es necesario tener claro que prestar ayuda no es hacerles las cosas, sino enseñarles a hacer las cosas por sí solos/as.

Por otra parte, todos tenemos secretos. Y aunque en nuestro rol de progenitores vaya implícito el vigilar la libertad de nuestros/as hijos/as, hemos de respetar su intimidad y su pequeña parcela de vida privada. A medida que crezcan tendrán más secretos. Esto es natural, lógico y hasta saludable. No podemos actuar como inquisidores rebuscando entre sus cosas, leyendo su diario o presionándoles para que nos lo cuenten absolutamente todo.

En cambio, sí podemos ganarnos su confianza haciéndoles saber que pueden contarnos cualquier cosa, que siempre estaremos con y para ellos/as y que les apoyaremos y querremos incondicionalmente, incluso cuando se equivoquen.

 

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