Por qué los premios y refuerzos positivos no son mucho mejores que los castigos en la educación de nuestros hijos

Los premios son la otra cara de la misma moneda

Artículo publicado el 11 Jun 2018 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 22 abril, 2023

Hace poco escribí un post sobre los castigos y los motivos por los que se ha demostrado que son contraproducentes. Hoy quiero hablaros sobre los premios o refuerzos positivos que se suelen utilizar para educar a los niños.

Los premios son la otra cara de la misma moneda. Son herramientas conductistas que actúan como motivación externa. Si con los castigos o sanciones se pretende erradicar conductas que consideramos negativas, con los premios o refuerzos positivos se pretende potenciar y fomentar conductas que nos parecen deseables.

Hay familias que toman conciencia de los riesgos que implican los castigos como herramienta educativa pero piensan que los premios son buenos, puesto que lo que hacen es reconocer las conductas positivas y reforzarlas. Sin embargo acaban funcionando de manera parecida.

Hay muchos tipos de refuerzos positivos: desde comprar un regalo por sacar buenas notas, hasta permitir comer una golosina si hacen tal o cual cosa, pasando por los halagos y muestras de orgullo. Todos tienen sus riesgos e inconvenientes por inofensivos que parezcan.

¿Cuáles son las ventajas de los premios?

La única ventaja que le encuentro a los premios es la misma que a los castigos: funcionan a corto plazo. Si cada vez que mi hijo hace algo yo le obsequio con algo que le gusta, estará más motivado para seguir repitiendo esa conducta en un plazo breve. El problema es que, a la larga, la conducta se extinguirá si no seguimos reforzándola con premios, que además deberán ser cada vez más atractivos.

Ahora bien, ¿cuáles son los inconvenientes?

Pues aunque quizás sean menos evidentes que en el caso de los castigos, los inconvenientes que encontramos al usar los premios y refuerzos positivos como herramienta educativa no son pocos ni carentes de importancia.

  • No funcionan a largo plazo. Al igual que en el caso de los castigos, los premios tienen un efecto inmediato pero no perduran en el tiempo si no repetimos el estímulo una y otra vez.
  • Ponen la motivación fuera de la acción y del niño en sí mismo. Nuestro objetivo es que los niños colaboren en casa porque se sienten parte de la familia y quieren cooperar con la comunidad que formamos. Lo que queremos es que estudien para aprender cosas y crecer a nivel personal y cognitivo. Pero con las recompensas ponemos la motivación fuera de nuestro objetivo y conseguimos que estudien para que les compremos un videojuego o colaboren para que los llevemos al cine. En este proceso además se pierde por completo la satisfacción personal que supone hacer las cosas por el placer de hacerlas. La recompensa de colaborar en casa, por ejemplo, está implícita en la acción: sentirme útil para la familia y que papá y mamá dispongan de más tiempo para jugar conmigo porque no tienen que hacer cosas que yo puedo hacer solo.
  • Se da la vuelta la tortilla. Vuelven hacia ti como un boomerang. Si chantajeamos a los niños con premios para conseguir, por ejemplo, que hagan la cama, no debemos extrañarnos si cuando les pidamos que recojan su habitación nos preguntan qué les vamos a dar a cambio. No son malvados manipuladores y chantajistas, están aplicando, simplemente, el sistema que nosotros les hemos enseñado.
  • Crean dependencia a la aprobación externa. A menudo, el refuerzo positivo no es tan obvio como comprar un regalo sino que consiste en un halago, un reconocimiento o una muestra de orgullo por nuestra parte. Es prácticamente imposible evitar halagar nunca a nuestros hijos y tampoco sería lógico. Un halago, de manera puntual, es algo que nos gusta recibir a todos. El problema es que si nos pasamos el día diciendo el clásico “muy bien” y halagándolos cuando hacen lo que queremos, el mensaje inconsciente que llega es “solo soy reconocido y valorado cuando hago lo que ellos quieren”, y como a todos nos gusta sentirnos aceptados y queridos acaban por estar pendientes solo de lo que nosotros queremos y dejan de escuchar su voz interior, sus propios deseos y sus necesidades. Hay incluso una parte del subconsciente que te dice que solo te quieren cuando eres como ellos desean y no hay nada que los niños necesiten más que el amor de sus padres. Así es como muchas personas crecen y se convierten en adultos que intentan siempre contentar a todo el mundo, sacrificando lo que en realidad querrían hacer con sus vidas.
  • Generan una falsa autoestima. Este podría ser uno de los puntos fuertes de los premios, el aumento de la autoestima, si no fuera porque el logro es en realidad falso. La autoestima es la valoración positiva que hacemos de nosotros mismos, lo cual se traduce en seguridad en uno mismo y autoconfianza. En la medida en que, con los premios, nuestra valía depende de la aprobación externa, la estima deja de ser propia y pasa a estar condicionada por lo que los demás piensan de nosotros. Esto puede ser muy inconsistente, ya que nuestros padres no tendrán problema en seguir ofreciendo halagos, pero el resto de personas del entorno (y otros niños), no los harán de manera gratuita.

Pero, entonces, ¿no podemos decirles nada positivo a nuestros hijos ni obsequiarlos con nada?

Por supuesto que sí. En cuanto a los regalos la cantidad y las ocasiones serán una cuestión de cada familia, pero lo mejor es no condicionarlos a sus acciones. Podemos regalar por su cumpleaños, en Navidad o para celebrar el final del curso, por ejemplo. No es lo mismo regalar algo porque acaba el curso (siempre) que regalar algo por las buenas notas (solo si tus resultados me parecen apropiados a mí).

 

 

Y tampoco es lo mismo comprarles algo que nos apetece regalarles y dárselo sin más, que hacer el regalo porque se nos ocurre añadir un condicionante: “Te lo regalo porque te has portado muy bien”, o “Te lo regalo si a partir de ahora recoges tus juguetes”. No es lo mismo, porque lo primero es un detalle de cariño (“Te lo regalo porque me apetece”) y lo segundo es una estrategia (“Te lo regalo para que sigas siendo así, o para que cambies tu comportamiento”).

En cuanto a los halagos os dejo algunas ideas prácticas:

  • Agradecer. No hay mayor halago para un niño (ni para un adulto) que el reconocimiento por la labor realizada. Y no hay mejor forma de hacerlo que agradeciendo su colaboración.
  • Centrarse en el proceso en vez de en el resultado. “Veo que te has esforzado mucho” vs. “Qué bien te ha quedado”. De esta forma estaremos modelando en ellos valores positivos sin favorecer el miedo al fracaso o la dependencia de la valoración ajena.
  • Hacer observaciones concretas. “Me gusta mucho la gama de colores que has usado” vs. “Qué dibujo tan precioso”. Demostramos así que estamos atentos de verdad al trabajo que han realizado dejando de usar halagos “vacíos” de contenido. Intenta que se parezcan a las valoraciones que harías del trabajo de un adulto (si puntuamos sus dibujos corremos el riesgo de que empiecen a dibujar para conseguir nuestra máxima valoración, y no por el placer de hacerlo).
  • Pregunta. Esto no es, en realidad, un halago pero es mucho más útil y más valioso para la crianza de un niño. En lugar de valorar lo que ha hecho, fomenta que sea él o ella quien valore su propio trabajo. ¿Te gusta cómo te ha quedado? ¿Has disfrutado haciéndolo? ¿Qué es lo que más esfuerzo te ha costado dibujar?

Resumiendo

Está claro que como padres y madres que pasamos muchísimo tiempo educando a nuestros hijos, compartir cada logro en sus vidas y comprobar que nuestra dedicación da sus frutos y que son personas maravillosas nos llena de un orgullo indescriptible y nos provoca una gran sonrisa. Pero no olvidemos que lo más importante para ellos, y al menos lo más útil y lo mejor para su futuro, no es que sepan cuán orgullosos estamos de ellos, que también, sino sobre todo que aprendan a estar orgullosos de sí mismos.

¿Cómo saber más?

Del tema de los castigos y los premios, y de cómo abordar las diferentes situaciones que puedan suceder en casa, hablaremos en este curso de Educación respetuosa y Disciplina positiva, con el que podréis conocer diferentes estrategias comunicativas y recibir otros conocimientos y recomendaciones prácticas:

 

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3 comentarios en "Por qué los premios y refuerzos positivos no son mucho mejores que los castigos en la educación de nuestros hijos"

  1. Gracias Silvia por tu artículo.
    Estoy de acuerdo en lo de los premios, porque no funcionan a largo plazo y no transmiten valores. Pero, en relación a la capacidad de esfuerzo y sacrifico, como podemos transmitir esos valores? Existen el riesgo de que si les damos lo que quieren sin hacer nada a cambio, no valoren el esfuerzo personal como herramienta para conseguir cosas.
    Gracias y saludos

    Rafael

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