«Desde que ha dejado la teta no quiere tomar leche ni en pintura. Lo hemos intentado de todas las maneras posibles. El biberón nunca lo quiso, ni siquiera para el agua cuando era un bebé.…

La mayoría de nosotros queremos ser “normales”, estar en la media en todo, poder ser «uno/a más», y cuando nos convertimos en padres el mismo deseo tenemos respecto a nuestros hijos, empezando por la etapa en que son bebés, cuando queremos que entren dentro de las curvas de percentiles de peso y talla, a poder ser en la media o por encima, momento en el que comienzan nuestros quebraderos de cabeza (porque para que haya una media, tiene que haber niños por encima y por debajo).
Más tarde vienen las comparaciones inevitables, que a veces hacemos de una forma más o menos consciente: que si los compañeros de la guarde ya gatean, el niño de la vecina habla y el nieto de la amiga de tu suegra ya duerme solo pero el mío no… ¿Te suena? Dicen que la maternidad saca a la luz el encuentro con nuestras propias sombras y miedos… nada más real.
Cuando llega la etapa escolar empiezan otro tipo de preocupaciones, que si aprenderá a leer antes o después, si tendrá dislexia, si se le darán bien los estudios, etc. Nos asusta que puedan tener alguna necesidad educativa especial, pero tanto o más que pueda tener una sobredotación, porque dudamos si eso le puede “traer problemas”, si puede traducirse en dificultades de adaptación o si incluso puede afectar a su propia felicidad.
Desmotando mitos
Hace un tiempo asistí a una conferencia de la AEST (Asociación Española de Superdotados y con talento para niños, adolescentes y adultos), a cargo de Olga Carmona y Alejandro Bustos, de Psicología CEIBE, a los cuales conozco personalmente porque he trabajado con ellos.
Ellos son psicólogos clínicos y tienen dos hijos con altas capacidades, así que hablaron desde su doble experiencia como profesionales y como padres y aportaron contenido de gran valor a las más de 400 personas que asistíamos desde toda España.
1. Estereotipos
Nos propusieron hacer el ejercicio de hacer una búsqueda por imágenes en Google sobre “altas capacidades”, y lo que aparece es el típico niño con gafas con un fondo de complicadas ecuaciones, la fórmula de Einstein o bombillas en la cabeza como si fueran capaces de idear grandes inventos continuamente. Hay mucho camino por recorrer en este ámbito, comenzando por trabajar en la detección temprana.
2. Niños de sobresaliente
Tenemos asociada las altas capacidades al alto rendimiento escolar, y no tiene por qué ser así, de hecho muchas veces lo que sucede es justo lo contrario.
El sistema educativo se basa en metodologías inductivas, los maestros transmiten el conocimiento “hecho puré”, no habiendo oportunidad de que los niños puedan hacer sus propios razonamientos que les permitan deducir los conceptos que “tienen” que aprender.
Generalmente los niños con altas capacidades desarrollan un estilo de aprendizaje diferente, la forma de procesamiento de la información es arborescente, necesitan ir atando cabos, analizando datos de aquí y allá, y, si se les da todo hecho, se aburren enormemente y desconectan con cada repetición. Por tanto, se apaga su curiosidad y sus ganas de aprender.
Si el niño se queda “en su mundo” el profesor puede pensar que no está atendiendo o que no se entera de lo que se está explicando en la clase, y si el niño decide intentar hacer otras cosas porque se está aburriendo, puede empezar a molestar a los demás y ganarse la etiqueta de niño con trastorno de hiperactividad y déficit de atención, o bien con lo que se conoce como comportamiento disruptivo en el aula.
3. Niños raros o adolescentes frikis
Ni son antisociales ni son cerebritos que lo saben todo. Saben lo que quieren saber, lo que les interesa, pero tienen que estudiar, como todos, aunque les gusta profundizar en el conocimiento de aquello que les apasiona.

Puede que sus intereses y su manera de expresarse sean algo diferentes a los de los niños de su grupo de edad; quizá se lleven mejor con los adultos y los niños pequeños o quizá hagan preguntas sobre cuestiones éticas, o incluso sobre la muerte, que nos pillan por sorpresa. Es habitual que a los adultos nos hagan dudar de cuál es la mejor manera de responder.
Generalmente son niños con hipersensibilidad y muy emocionales, pueden decir que han tenido el mejor día de su vida y a los cinco minutos estar convencidos de que en realidad ha sido el peor día de su vida. Son muy exigentes consigo mismos y a menudo se frustran; recordemos que, ante todo, son NIÑOS.
La importancia de la detección temprana
Los niños tienden a mimetizarse con el grupo, necesitan aceptación social y el sentido de pertenencia les puede (especialmente a las niñas). Pueden pasar desapercibidos e “ir tirando” durante la etapa de infantil y primaria, conformándose con el sistema, aburriéndose o yéndose a su mundo algunos ratitos, pero al llegar a secundaria pueden comenzar los problemas.
Por tanto, los padres, más que preocuparnos, lo que debemos hacer es ocuparnos. Si tenemos sospechas hay que investigar, ya que cuanto antes lo sepamos, antes actuaremos.
Los orientadores de los colegios suelen decir que no se pueden pasar las pruebas hasta los 6 ó 7 años. Suelen hacer screenings generalizados en 3º de infantil y después en 3º de primaria. Sin embargo, es posible hacer algunas pruebas de Inteligencia (las escalas Weschsler: WPPSI-III, WISC-IV, WAIS) a partir de los dos años y medio o tres, pero teniendo en cuenta que los tiempos de evaluación en edades tan tempranas son largos (puede llegar a ser más de diez sesiones en las que las primeras se basan en el juego y en el desarrollo de la confianza con el profesional).
Y este, desgraciadamente, suele ser el mayor problema, la falta de recursos públicos. Sería genial si los pediatras pudiesen darnos un primer punto de luz al hacer las revisiones del Programa del Niño Sano. Muchos de ellos se forman por su propia cuenta y comienzan a estudiar protocolos de detección.
Recordemos que son niños con unas necesidades específicas, académicas, cognitivas y emocionales por cubrir. Y, sobre todo, necesitan de los adultos grandes dosis de empatía y amor.
No son raros, son pocos. Eliminemos nuestros miedos y bloqueos y pongámonos manos a la obra para reclamar los recursos que necesitan, y hagamos celebración y apología de la diferencia. Por ellos, por todos.
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