Día Internacional de los Estudiantes: Lo que aprenden los maestros de sus alumnos

Hoy, 17 de noviembre, se celebra el Día Internacional de los Estudiantes para conmemorar los movimientos estudiantiles y la lucha de la juventud en muchos países para conseguir una educación libre. Hoy hablaremos de qué aprenden los maestros de sus alumnos.

A menudo, damos por hecho, especialmente en el sistema educativo convencional, que los/as estudiantes vienen a la escuela a aprender y los/as docentes, a enseñar. En realidad, en cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje lo que se produce es un intercambio personal profundo en el que todas las partes implicadas crecen, aprenden y enseñan, al mismo tiempo. ¿Qué pueden aprender los maestros de sus alumnos?

¿Qué aprenden los maestros de sus alumnos?

En mis años de experiencia como docente he ido aprendiendo que muchas cosas, puede que la mayoría, no son como nos las enseñaron en la Universidad. Las clases magistrales impartidas desde la pizarra y concebidas como mera transmisión o trasvase de conocimientos de una persona a otras, no funcionan. El aprendizaje se construye desde la acción. Y, para eso, maestras y maestros debemos ser capaces de transformar nuestro rol para convertirnos en guías que acompañan los procesos de aprendizaje de la infancia. 

Pero, además, he aprendido que al aula, a pesar de que el sistema establece lo contrario, los/as docentes también vamos a aprender. Mis alumnas y mis alumnos, durante todos estos años, me han enseñado tantas cosas, tan valiosas y tan importantes, que dudo que la balanza pueda estar equilibrada por muchos contenidos que el currículum me haya instado a presentarles. 

Me han enseñado que la convivencia del grupo es siempre, siempre lo primero. Que si no somos un equipo nada funciona bien. Por mucho que haya grandes talentos individuales. Si no hay conexión somos como un grupo de músicos brillantes tocando piezas distintas a la vez. Resultado catastrófico. Para que todo fluya tenemos que ser como una orquesta, donde lo importante no es cuánto brillo yo, ni tú; sino escucharnos e ir a una. 

Me han enseñado que la amabilidad es, probablemente, la más noble de todas las virtudes. Que el buen rollo es contagioso. Y el malo, también. Que es nuestra elección entrar en el aula cada mañana (ir por la vida, al fin y al cabo) con una sonrisa. Disfrutar de lo que hacemos. Ser amables con las demás personas. Sin disfraces ni imposturas, con la bondad por bandera.

Me han enseñado, también, que cuando las cosas no son justas hay que protestarlas. Que agachar la cabeza y tragar no es una opción. Que el sentido de la justicia es intrínseco al ser humano. Y que la ira es una emoción sana y necesaria para transformar el mundo si sabemos cómo canalizarla.

Me han enseñado que la paz y la amistad están por encima del orgullo y la vanidad. Los niños y las niñas son capaces de pasar de estar muy enfadados/as a volver a jugar como si nada hubiera pasado en cuestión de segundos. Porque el perdón les nace de manera natural y su tendencia innata a buscar soluciones y pertenecer al grupo nos enseñan que nuestra esencia humana es mucho más sencilla que todas las técnicas educativas impostadas que se asemejan más al adiestramiento que a la educación. 

Me han enseñado que las cosas más importantes que se aprenden en la escuela no vienen en los libros de texto. A respetar a la persona que tengo al lado, a debatir y discrepar desde el respeto y la tolerancia, a resolver conflictos de manera pacífica, a trabajar en equipo, a asumir responsabilidades, a ser honesto/a…, esa educación en valores que es transversal al currículum y de la que tanto hemos aprendido.

Me han enseñado, al fin y al cabo, que todas/os tenemos cosas que aprender y que enseñar, que la vida es mucho más sencilla de lo que nos cuentan, que las cosas más importantes no se pueden cuantificar… que la vida es un aprendizaje continuo donde nos acompañamos mutuamente. 

Gracias, estudiantes, por todo lo que nos enseñáis cada día.