Cultivando la aceptación: “Hijo mío, está bien no gustarle ni caerle bien a todo el mundo”

La capacidad de aceptación es clave para la autoestima y el bienestar emocional de nuestros hijos

Artículo publicado el 1 Abr 2020 - Este artículo ha sido revisado y actualizado con fecha 4 abril, 2023

La capacidad de aceptación es un ingrediente imprescindible para la felicidad. Por ello es importante cultivarla con los niños. Pero cuidado: no hay que confundir aceptación con renuncia o resignación.

La aceptación, aplicada al ámbito de las relaciones personales, implica la capacidad de asumir que no siempre caeremos bien o gustaremos a todo el mundo. Está directamente relacionada con la autoestima y es conveniente inculcarla desde la infancia.

Un niño que sabe aceptar, es un niño feliz

La aceptación es un punto clave en el proceso de desarrollo personal. Nuestros hijos, igual que nosotros, se encuentran con situaciones en la vida que no son como desean. Ante la imposibilidad de controlar las circunstancias u opiniones externas, la única solución para que su bienestar emocional no se vea alterado es enseñarles a cultivar la aceptación. 

Aceptar lo que no podemos cambiar es de vital importancia para poder seguir adelante sin caer en el malestar emocional. Todos deseamos en algún momento que la realidad sea otra, gustar a los demás y no cometer errores. A todos nos molesta de vez en cuando la actitud o el punto de vista de otra persona, desearíamos caerle bien a alguien o llamar la atención de una persona ante la que parecemos “invisibles”.

 

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Cuando una situación produce malestar a un peque, debemos enseñarle a analizar si puede hacer algo para solucionarlo. Si la respuesta es sí, podemos ayudarle a buscar soluciones. Si la respuesta, en cambio, es negativa; debemos transmitirle la necesidad de aceptar la realidad porque de lo contrario, sufrirá más de lo necesario.

Luchar en contra de una realidad inamovible, es un gasto de energía inútil. Solo desde la aceptación se puede seguir adelante sin estancarse. Como decía el filósofo, humanista y sociólogo colombiano Gerardo Schmedling:

Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento. Sufres porque no aceptas lo que te va ocurriendo a lo largo de la vida y porque tu ego te hace creer que puedes cambiar la realidad externa para adecuarla a tus propios deseos y necesidades.

La aceptación aporta realismo a nuestros objetivos y metas, coherencia a nuestro comportamiento y autenticidad a nuestra forma de ser. También nos aporta equilibrio y sosiego. En definitiva, es el caldo de cultivo para disfrutar de una vida plena y feliz.

Aceptación, renuncia y resignación

Aceptar no significa conformarse ni renunciar. La aceptación tiene un enfoque positivo y se inclina hacia la acción. Nos ayuda a convivir con situaciones desagradables para que estas no nos causen malestar. No nos ayuda a conseguir cambiar la realidad, pero sí a enfocarnos hacia otras alternativas y descubrir nuevos horizontes para tener una vida satisfactoria, acorde a nuestros deseos y necesidades.

 

 

Aceptar es abandonar una lucha inútil, que enfoca hacia algo que no tiene solución, y buscar otros caminos para vivir como nos gustaría en lugar de malgastar nuestra energía de forma baldía. La conformidad o resignación, en cambio, sucede cuando no aceptamos una situación.

Si las cosas no son como queremos a menudo caemos en la inacción y el estancamiento. Resignarse es lamentar que no sean diferentes y renunciar es abandonar toda posibilidad de éxito o cambio. Ambas actitudes conllevan emociones negativas, insatisfacción e infelicidad. Tienden a la lamentación y el victimismo.

 

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La aceptación, en cambio, nos abre nuevas posibilidades. Aceptamos que las cosas no son tal y como nos gustarían, pero no tiramos la toalla. Quien se conforma con la vida que tiene aunque no le guste, no mueve un dedo para cambiar su situación, lo que provoca cada vez más frustración. La aceptación nos permite superar obstáculos con un ánimo positivo y constructivo, esquivando dificultades y siguiendo con nuestra vida para conseguir nuestros propósitos.

Por qué es importante enseñarles a saber aceptar las cosas

La aceptación es una herramienta básica de vida que nos permite adaptarnos a las circunstancias facilitando nuestra adaptación a las mismas, combatiendo la frustración y desarrollando la capacidad de resiliencia. Nos conecta con la realidad, con el aquí y el ahora.

En los niños, en particular, ayuda a trabajar el egocentrismo característico de la primera infancia, para evolucionar y crecer. Es importante que los niños y niñas aprendan a aceptar que no siempre llevan la razón, que no pueden gustarle o caerle bien a todo el mundo, que las cosas no siempre salen como esperamos, que los otros no siempre se van a comportar como nosotros queremos… 

 

 

Tampoco van a tener todos los juguetes que quieran, ni a disfrutar de su comida favorita a todas horas. Y tendrán que aprender a asumir que igual en una signatura no son tan buenos como en otra en la que sí destacan, que existen muchos puntos de vista o que no existe la verdad o la razón absolutas.

La aceptación será su mejor aliado para que nuestros hijos e hijas tengan una vida menos estresante, porque aunque no siempre su entorno y su vida sean como desean, les dará ánimo y empuje para que lo sea en el futuro, sembrando en el presente. Cuando el enfoque y los recursos empleados son los adecuados se obtienen resultados, tarde o temprano.

 

 

Enseñar a los más pequeños a aceptar lo que les depara la vida cuando es irremediable, no es enseñarles a desistir de sus empeños ni a abandonar sus sueños. Al fin y al cabo, todos los seres humanos tenemos el poder de crear y cambiar nuestra vida. Carl G. Jung, psiquiatra, psicólogo y ensayista cuya figura fue clave en la etapa inicial del psicoanálisis, sostenía que “lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.

No se puede gustar a todo el mundo. ¡Y no pasa nada!

Según el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, para romper con “la triste esclavitud de estar sometidos a la opinión ajena”, debemos moderar el sentimiento relacionado con la vanidad o con la opinión que tienen los demás sobre nosotros.

Resulta casi inexplicable cuánta alegría sienten las personas siempre que perciben señales de la opinión favorable de otros que halaga de alguna manera su vanidad; y, a la inversa, es sorprendente hasta qué extremo las personas se sienten ofendidas por cualquier degradación o menosprecio.

Schopenhauer estaba a favor de relativizar tanto los elogios como las críticas. Pero no es fácil, ya que somos seres sintientes y, en palabras del propio filósofo: “un juicio nos hiere, aunque conocemos su incompetencia; una ofensa nos enfurece, aunque somos conscientes de su bajeza”.

 

 

En su opinión, la clave está en “neutralizar la impresión de una ofensa por medio de encuentros con aquellos que nos tienen en alta estima”. De lo que se desprende que rodearnos de personas que nos quieren, nos aceptan y nos valoran, en lugar de tratar de agradar a quienes no lo hacen; nos ayuda a cultivar una buena autoestima y a tener una idea justa de nuestro valor personal.

Para enseñar a los niños a relativizar las opiniones ajenas les tenemos que ayudar a gestionar adecuadamente sus emociones. Así, poco a poco, aprenderán a filtrar los juicios ajenos, algo necesario para su bienestar emocional, sobre todo cuando las críticas surgen de la rabia o la envidia.

 

dia crianza respetuosa

 

Los niños son extremadamente susceptibles a la mofa y la crítica, porque no saben que estas suelen estar más relacionadas con quienes las lanzan que con quienes las reciben. Su autoestima aún está en proceso de formación y todavía no son del todo capaces de sentir empatía. Es por ello que nos corresponde a nosotros, los adultos, enseñarles la forma de encarar el rechazo o la crítica sin caer en la extrema susceptibilidad, pero sin perder sensibilidad.

Somos responsables de que a los niños les importe “la imagen que dan”

En la infancia, la sociedad corta las alas a nuestros impulsos naturales porque nuestro entorno sociocultural tiene normas de conducta y nos preocupa la imagen que estaremos dando si las incumplimos. Esto se transmite a los niños muy tempranamente, tanto de forma consciente como inconsciente.

 

 

Además, como niños que son, se acostumbran a gustar a todo el mundo. Incluso los desconocidos son amables con ellos, les dedican sonrisas y les hacen carantoñas. Pero a medida que pasan los años, asoma la incómoda verdad: es imposible gustar a todo el mundo.

El psicólogo y escritor Wayne W. Dyer sostiene que un 50% de la gente con la que nos encontramos no comparte nuestras opiniones. Según Dyer, cuando alguien no está de acuerdo con nosotros, o nos critica, no nos tendríamos que sentir heridos. Tan solo deberíamos pensar que hemos topado con alguien que piensa de manera diferente a nosotros.

 

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Intentar gustar a todo el mundo nos hace infelices. ¡Sencillamente porque es del todo imposible! Por eso es importante enseñar a los peques a desvincular la crítica de su persona. Así pueden encajarlas de forma positiva porque entenderán que quien critica una decisión o una opinión suya, no está criticándoles a ellos como persona, sino a una acción u opinión suya concreta.

En el momento en que alguien habla y se relaciona con los demás (ya sea en el trabajo, con los amigos, ante la familia o incluso en pareja) se expone a la crítica. Por eso hay que saber encajarlas. Cuando los niños interiorizan este aprendizaje, pueden expresarse mucho más libremente, sin inseguridad ni miedo, sin pretender agradar, solo siendo ellos mismos. Y lo harán incluso ante aquellos que piensan de manera distinta, sin menoscabar en lo más mínimo su autoestima el que así lo manifiesten.

 

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